S. Teresa es uno de los escritores más descollantes del Siglo de Oro de la lengua española. Dos dimensiones hacen de ella un fenómeno. Una, su afición a la lectura, pues, según ella, “sin libro nuevo no me parece tenía contento, que en leer buenos libros era toda mi recreación”. Frases acuñadas con pasmosa habilidad para expresar la pasión de su vocación de lectora, que hace de su escritura pura necesidad biológica.
Escribe: “Me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él. Suplicábale aumentase el olor de las florecitas de virtudes que comenzaban, a lo que parecía, a querer salir y que fuese para su gloria y las sustentase, pues yo no quería nada para mí, y cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores” (Vida 14,9).
Otra, la escritura de Teresa es puro arrullo de canción de cuna. No escribe lo que piensa o se imagina, sino lo que experimenta. Sus afirmaciones producen vértigo, desmedida admiración.
No vive del mundo que esconden las palabras. Teresa busca con pasmosa habilidad cómo aprisionar en las palabras su interioridad, “adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (Moradas 1,1,3). Este fenómeno supone para el lector un desafío colosal. No hacer funcionar la imaginación, sino las entretelas del corazón, poniendo la fantasía al servicio de la realidad.
Me quedo en suspenso al leerla. “Ama la voluntad, la memoria me parece está casi perdida, el entendimiento no discurre, mas no se pierde; mas, no obra, sino está como espantado de lo mucho que entiende, porque quiere Dios entienda que de aquello que Su Majestad le representa ninguna cosa entiende” (Vida 10, 1).
Teresa entiende que no entiende lo que entiende. El lenguaje adquiere en ella un sentido desconocido. Dios aconteciendo en ella. Verdadero sentido de la narración, que da a su palabra frescura perdurable.
Teresa tiene una experiencia sublime de las tres Personas divinas. “Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le parece se fueron de con ella, sino [...] que están en lo interior de su alma, en lo muy muy interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía” (M 7, 1, 6-7).
El misterio la inunda de la cabeza a los pies. Dios es su verdadera intimidad. La lección portentosa de Teresa para la humanidad.
AUTOR: P. Hernando Uribe C., OCD
TOMADO DE: El Colombiano, 02 de octubre de 2015