Hay algo en el tiempo de Navidad que lo hace especialmente propicio para la fiesta, para una celebración íntima y gozosa, con la alegría que contagia este misterio. Así lo vivía Teresa, de la que conservamos un puñado de poemas con temática navideña, compuestos especialmente para regocijarse en comunidad con sus hermanas, al son de los instrumentos típicos, para hacer fiesta en honor al Niño Dios que nace.
Esta tradición fue recogida y continuada por las carmelitas desde la primera generación. Ofrecemos, a continuación, un artículo titulado «Navidad en el Carmelo». El autor, historiador vallisoletano, repasa el ambiente que, en esas fechas, se vivía en los primeros carmelos, y muestra cómo ese espíritu festivo se traducía en oraciones y cantos con los que se celebraba al Hijo de Dios recién nacido. Agradecemos a Javier Burrieza su amabilidad al permitirnos reproducir su trabajo en este blog.
Navidad en el Carmelo
Hace ya algunos años me interesé, estudiando las celebraciones de Semana Santa, sobre la forma en cómo los conventos de clausura vivían esos días tan importantes en el año litúrgico y comencé a conceptualizar esa procesión interior, haciendo referencia a cómo el comportamiento colectivo de las monjas interiorizaba en el claustro la procesión que las cofradías penitenciales realizaban en las calles¹. La Navidad también era un tiempo fuerte, plasmado en las muchas iconografías que servían a las devociones de las monjas. En ocasiones, empezaba desde la propia advocación del convento, dedicada a uno de los misterios relacionados con la Encarnación. Una de las órdenes religiosas más cercanas a la celebración intensa de la Navidad fue la del Carmen, las monjas y frailes carmelitas descalzos reformados por la madre Teresa de Jesús y fray Juan de la Cruz. Era, para ellos, un tiempo de gozo resaltado a través de las coplas y la música que servía para cantarlas². Como reformadora y redactora de las Constituciones por las que habrían de regirse las monjas, a pesar de la rigidez propia de la reforma descalza, Teresa de Jesús impulsó una concepción humanística de la vida conventual y de la clausura. Sus hermanas de religión no tenían que ser tristes. Por eso, introdujo en la jornada, a través de las mencionadas Constituciones, el tiempo de la recreación. Una alegría devota, donde los instrumentos principales eran el canto de las coplas, los villancicos y las pequeñas representaciones³.
«Hacía muchos regocijos»
Sus propias contemporáneas daban testimonio de los comportamientos de la madre Teresa en esos días. Su fiel secretaria y enfermera, Ana de San Bartolomé⁴, resaltaba que en las jornadas de la Pascua, Santa Teresa «hacía muchos regocijos y componía algunas letras en cantarcillos a propósito dellos y nos los hacía hacer y solemnizar con alegría». Y todo ello, a pesar de su afirmación de que su Madre y fundadora no contaba con «buena voz». Francisca de Jesús, desde el convento de Valladolid —fundado en 1568— recordaba las pláticas que les dirigía con motivo del tiempo de la Navidad: «con tan grande espíritu y sabiduría, que muy grandes letrados no las hicieran mejores; particularmente se acuerda esta testigo de una mañana de la Calenda —el canto de prima de la nochebuena—, que a todas nos quedó muy admiradas»⁵. Isabel Bautista, en el convento de Ávila, recordaba no solamente la música sino también las representaciones que se realizaban en torno a los misterios de la Navidad, como la procesión por los dormitorios, portando la imagen de Nuestra Señora y de San José. En aquel momento tampoco estaba ausente la música, pues con ella animaba a las religiosas:
«No durmáis, hermanas,
mirad que viene
la que a Dios por hijo tiene».
Una procesión por las celdas que pedía Santa Teresa que la continuasen haciendo las prioras, incluso si ella no se encontraba presente: «y con esta devoción y alegría iba a todas pidiendo posada para el Niño y para la Madre y para el esposo San José»⁶. Una bella representación de la que contamos con otras crónicas, algunas más recientes temporalmente.
En realidad, también fray Juan de la Cruz participaba, no solamente de esa alegría, sino de idéntica representación, en la búsqueda de la posada para los sagrados esposos —precisamente recibía la denominación de «Posadas»—. Los papeles de la Virgen y San José eran representados, en aquel caso, por sendos frailes. Una ocasión para la cual San Juan, entonces prior de Granada, improvisaba la cancioncilla:
«Del Verbo divino
la Virgen preñada
viene de camino
¿Si le dais posada?».
Representaciones que se realizaban en la «noche de la Calenda», en el mismo tiempo en que en el teatro medieval aparecía la Sibila, aquella mujer dotada del don de la profecía, inspirado por el dios Apolo.
La mencionada secretaria de Teresa de Jesús, Ana de San Bartolomé, plasmaba esas actitudes en sus composiciones poéticas y de villancicos:
«Despertad de vuestro sueño,
mirad que ya viene el día;
y dad posada a María
que no la conoce el suelo.
Sola viene y sin amparo
de ninguna criatura,
solo un hombre cansado
de ver la gente tan dura.
Hoy tenéis buena ventura,
recibidla en el Carmelo;
mirad que ya viene el día,
despertad de vuestro sueño».
«Festecicas del Nacimiento»
Sin embargo, en el Carmelo de Valladolid se representaban piezas dramáticas de mayor envergadura. Ejemplo de las cuales eran las dos «Festecicas del Nacimiento» que habían sido escritas por otra de las grandes mujeres de letras de este convento, la madre María de San Alberto, perteneciente a la muy formada familia de los Sobrino⁷ y que había profesado en este convento junto con su hermana, Cecilia del Nacimiento.
Como indica Víctor García de la Concha⁸, se trataba de dos autos de tipo cortesano, que respondían a las características de los realizados por Juan del Encina. Uno de ellos se reduce al anuncio del ángel a los pastores del nacimiento de Cristo, dirigiéndose éstos al portal para adorar al Niño. El segundo ofrece, sin embargo, una mayor originalidad, pues comienza con la entrada de dos monjas en escena, representando un papel de «juglares a lo divino», convirtiéndose en conductoras del auto.
Una Navidad que despertaba la alegría en el ánimo. Ana de Jesús (Lobera), la cual conoció muy bien a Santa Teresa, confesaba que en este tiempo de la llegada de Cristo, se notaba en la Madre hasta un cambio en su aspecto exterior, «particularmente en la noche de Navidad cantando en los maitines el evangelio de San Juan, fue cosa celestial de la manera que sonó, no teniendo ella naturalmente buena voz»⁹. Y es que Teresa de Jesús era muy aficionada a la poesía devota, que debe ser distinguida —a juicio de Victor García de la Concha— de la poesía mística. Fray Juan de la Cruz para esta segunda elegía un molde culto como era el de la lira, mientras que para la poesía devota recurría a las formas tradicionales, es decir, al romance y a los villancicos. Así, la poesía acompañaba a la devoción o se apoyaba en ella.
«Transformada a lo divino»
Ella misma y muchas otras monjas que eran, con mayor o menor fortuna cercanas a la versificación, se convertían en letreras y aprovechaban la música de su tiempo, la cual era «transformada a lo divino». Las canciones se copiaban y se comunicaban de convento en convento.
Cuando la poesía tenía dosis de improvisación, no se conservaba porque ni siquiera se escribía, aunque en otras ocasiones se reflejaba en papeles sueltos. Sin embargo, no todos veían con buenos ojos estas actitudes de alegría, como denunciaron los carmelitas calzados para con sus «hermanos» descalzos. Con todo, Victor García de la Concha y Ana María Álvarez Pelletero, editaron un interesante facsímil sobre el original conservado en el convento de las carmelitas descalzas de Valladolid, titulado «Libro de Romances i Coplas desta Casa de la Conçeçión del Carmen»10. Pusieron de manifiesto que en esta recopilación de ciento treinta y dos composiciones, y que habría de reflejar el corpus poético propio de un Carmelo en su etapa fundacional, el ciclo de la Natividad era muy destacado, con la mayor abundancia de piezas, aunque no se apreciaba en ellas una variedad enorme. Las composiciones hacían referencia a la parificación de Cristo con el hombre —«dios se bistio / de nuestra medida»—, incluyendo en la voluntad salvífica del nacimiento de Jesús la propia virginidad de María —«que quien de una virgen naçe /quien puede ser sino dios»—. Si San Pablo ponía en comparación a Cristo con Adán, los villancicos no olvidaban estos conceptos:
«ya naçio el muy deseado
de los siglos y es benido
para ayunar el bocado
quel primer onbre ha comido».
La Navidad se convierte, pues, en hecho salvífico. Jesús es un pastor bueno que trata con mayor mansedumbre a sus ovejas que el cañado antiguo del Antiguo Testamento:
«quando en la deesa vieja
andaba vuestro ganado
en torciendo el pie la obeja
yba tras hella el cayado
mas por este nuevo prado
manso andais
después que os hicisteis niño y llorais».
Los pastores dialogan entre ellos en diferentes composiciones poéticas, con referencias al admirable nacimiento de una madre virgen. Pero también, desde ese diálogo pastoril, se planteaban los títulos de Cristo. Después, una de las mejores poetisas que hubo en el Carmelo de Valladolid, la mencionada Cecilia del Nacimiento glosaba en «Letras sobre los nombres de Cristo», lo que había sido el núcleo del villancico popular, haciendo referencia a la lista aportada por fray Luis de León en su obra así titulada: «De los nombres de Cristo». No faltaban tampoco las «Coplas para la noche de la Calenda», relacionadas con la representación de las «Posadas», con el protagonismo de María y José, devoción a este último tan impulsada por la reforma teresiana:
«vámonos esposo mio
no esteis vos deso penado
que dios ha determinado
de naçer temblando al frio
y pues amor le atraydo
el le dara la posada
y si fuere en vn pesebre
estare yo consolada».
El Nacimiento de Jesús no se presentaba aislado del misterio pleno de la Redención, todo ello con un notable carácter popular y bajando desde las altas teologías, como escribe la propia madre Teresa en sus villancicos «Vertiendo esta sangre» o el dirigido a «la Natividad»11:
«Danos el Padre
a su único Hijo;
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh gran regocijo,
que ya el hombre es Dios!
No hay que temer:
Muramos los dos».
Y todo ello con gran sentido de lo musical, que preside la actitud navideña de la familia de los carmelitas descalzos desde su nacimiento:
«Puesque la estrella
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada.
Vamos todos juntos
a ver al Mesías,
que vemos cumplidas
ya las profecías
Pues en nuestros días
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada».12
AUTOR: Javier Burrieza Sánchez
TOMADO DE: Ecclesia, Madrid (29.12.2007) nº 3394