Este Dios amigo, que suscita y ratifica todo amor esponsal sobre la tierra, no es ya poder patriarcalista, ni puro don que viene de arriba, sino comunicación enamorada. Sólo aquí recibe su sentido la eucaristía, como expresión de un matrimonio total entre Jesús...
Acabamos de llegar de la Vigilia de Santa Teresa, de los Carmelitas de la Calle Zamora, en Salamanca, donde nos han presentado unos textos sabrosos, con espacios de silencio meditativo y canto. Al final, nos ha despedido un chocolate con pastas, anunciando el filo de la medianoche.
Llegados a casa, antes de acostarnos, ahora que empieza su día, quiero volver a mi visión del Dios de Teresa, dejando que siga abierto el post anterior del Ciento por Uno (volveré al tema mañana). Éstos son, a mi juicio, los tres signos principales del Dios de Teresa:
Dios es Madre-Mujer abundosa, de pechos divinos, un río de vida
Dios es Amigo-Amiga, intimidad amante, hermosura soberana, enamorada
Dios es finalmente Familia, en la que todos los hombres y mujeres nos unimos.
Teresa ha sido, con el ejemplo de su vida y su palabra, el mejor testimonio de la verdad de esa sentencia de Jesús: Quien se da a sí mismo (quien regala a los demás el Uno de su vida) recibe el Ciento y mil por uno... porque es Dios abundancia, es Pechos-Rio de vida, es Amigo de siempre, Compañero del Alma, es Familia que a todos convoca, en plenitud de y libertad de vida, no en miseria de miedos, castigos, miserias e inquisiciones.
Desde ese fondo quiero evocar tres rasgos de su visión de Dios, como signo de confesión, de libertad y abundancia cristiana, con Mabel, su amiga, desde San Morales, muy cerca de Alba de Tormes, donde murió un día como hoy, que era entonces 4 de octubre de 1582…, una fecha que, con el cambio de días del Calendario Gregoriano ha pasado a ser el 15 de Octubre.
Felicidades a todas las teresas, y a la familia carmelitana, empezando por el Arenal de Cabrerizos (Salamanca) donde iremos a con-celebrar con las hermanas y con Don Isidro... Buen día para todos los que siguen admirando el testimonio de Dios y de la vida cristiana que nos ofreció en su tiempo Teresa. Ella es buen remedio para los males que nacen de la visión de un Dios Miseria, en el que muchas veces proyectamos nuestros miedos y resentimientos, nuestro gran miedo a la vida.
Confianza en la vida y Abundancia (Divinos pechos, fuente...) es lo que deseo para todos los que creen (creemos) en el Dios-Enamorado (gran Amigo), que quiere crear con/por nosotros la Familia de sus hijos en el mundo (Espíritu divino)
1. Dios, Madre, fuente de Vida
[Dios Vida] Se entiende claro... ser Dios el que da vida a nuestra alma..., que en ninguna manera se puede dudar..., que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden excusar de decir: ¡Oh Vida de mi vida y Sustento de mi sustento!... y cosas de esta manera.
[Pechos divinos] Porque de aquellos Pechos Divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta, que parece que quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma, [Río-Fuente] y de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fontecita pequeña, salga algún golpe de aquel agua para sustentar a los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados (Moradas 7, 2, 7).
Ciertamente, Teresa sabe que su madre no era Dios, pero fue un signo divino: Río de vida, pechos divinos. Lógicamente, ella ha dado a Dios rasgos divinos y maternos: Fuente del Río de la vida, Pechos hermosos, fecundos...
Están ya el esposo y la esposa (Cristo y el alma, Jesús y Teresa) bien unidos, en desposorio radical, como luego mostraremos. Pero ella no puede olvidar el misterio original divino, que se le muestra en términos vitales (Dios es Vida de mi vida), maternos (unos Pechos que manan gozo y leche que sustenta a los humanos) y cósmicos (fuente original de la que brota agua de gracia y existencia para los humanos, en especial los enamorados).
De la Tierra Madre, que sustenta generosa a los humanos, haciéndoles hermanos, pues deben compartirla, pasamos con Teresa de Jesús a la Madre Personal divina: Creer en Dios es para ella una experiencia original de fe en la vida. Todo es Vida, es Abundancia en Dios, en unos tiempos recios de miseria en los que ella se sentía muchas veces apretada por las necesidades e imposiciones que se le imponían.
Pues bien, ella descubre que Dios no es imposición (no es ley externa, ni juicio de castigo), sino generación vital materna: Fuente de la Vida, Pechos abundantes, acogedores y gozosos, que alimentan a todos los humanos, no sólo al alma interna, sino a “la gente del castillo”, que son las potencias y facultades corporales, todos los pueblos de la tierra.
Ésta es su experiencia vital. La filosofía y ciencia de los letrados con quienes ella vino a conversar a Salamanca resultan secundarias, lo mismo que la teología escolar. ITeresa habla de algo previo a todo razonamiento: del gozo de Ser, de saberse acunada en la Vida, del misterio de esos “pechos divinos” que nos amamantan para así crearnos.
Dios es Nacimiento abundoso: Sólo hay una forma humana de nacer: que alguien nos ofrezca su vida (afecto, amor) y nos siga acompañando en muchos años. Una figura gozosa y fuerte del Padre/Madre es importante para seguir viviendo, para que madure la vida frágil que ha nacido.
Paradójicamente, esta figura de Padre/Madre se encuentra vinculada a la debilidad, al dolor sufriente. De esa forma han presentado a Dios los grandes profetas de Israel (Oseas, Jeremías): como Alguien que sufre amoroso, porque sus hijos se pierden, como Padre que les ama y les llama, esperando, sin poder obligarles. En ese sentido, el poder del Padre/Madre consiste en no tener poder: en renunciar a la imposición, en cultivar la compañía amistosa y sufriente, sin obligar a los hijos desde arriba.
2. Dios, divino matrimonio, amor enamorado.
[Eucaristía] Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio... A esta persona de quien hablamos (=Teresa de Jesús) se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, y le dijo que
[Matrimonio] era ya tiempo de que sus cosas (de Jesús) tomase ella por suyas y Él tenía cuidado de las suyas (de Teresa) (Moradas 7, 2, 1).
[Pascua] Aparécese el Señor en este Centro del Alma sin visión imaginaria, sino intelectual..., como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo “pax vobis” (Moradas 7, 2, 3; cf. Jn 20, 21).
Este pasaje recoge la intensa experiencia amorosa de Teresa, que ha recorrido un camino de afecto y entrega total, hasta descubrir que Dios mismo (el Dios de Jesús) es su Esposo y ella su Esposa, y que los dos están unidos en comunión de Eucaristía.
Ésta fue su experiencia al comulgar (vivir uno en el otro), su divino y más hondo "matrimonio", uno en el otro, en conversación de amor:
Jesús da su cuerpo y vida a Teresa, es decir, se ocupa de sus cosas, haciéndola fecunda creadora.
Teresa da su cuerpo y vida a Jesús, es decir, se ocupa de sus cosas, de manera que no tiene ya que mirar a los "pechos divinos", pues ella misma viene a presentarse como "pechos de Dios", tío de vida.
Éste es un desposorio de comunicación divina, en libertad y entrega para siempre, irreversibles, sin que uno sea más o mande sobre el otro, pues los dos ofrecen lo que son (su esencia de vida) uno al otro. Teresa no es ya una niña-mujer que bebe la leche de Dios, sino que se hace mujer fuerte (enamorada), que da leche y vida en una Iglesia que tiende a secarse, en tiempos recios de canónigos, letrados vacíos y miedos de inquisiciones.
Este Dios amigo, que suscita y ratifica todo amor esponsal sobre la tierra, no es ya poder patriarcalista, ni puro don que viene de arriba, sino comunicación enamorada. Sólo aquí recibe su sentido la eucaristía, como expresión de un matrimonio total entre Jesús y los humanos, es decir, entre los humanos que aceptan su camino y responde a la voz de su llamada. Esta es la eucaristía del Jesús resucitado, que se expresa y expande en toda la vida del cristiano, en formas personales de comunicación personal y gratuita, en cuerpo y alma.
Así pasamos del nivel de infancia (el ser humano niño recibe la vida de Dios madre) al de madurez (sólo es ser humano verdadero aquel o aquella que puede compartir y comparte con otros la existencia, en donación gratuita y gozosa, en acogida agradecida y completa).
Quien así entrega su vida y la vuelve a recibir del otro, como regalo de amor, descubre el placer de la existencia, vinculado al gozo del mismo Dios, que se revela en Cristo como Hijo pleno, Dios enamorado. Ciertamente, Jesús es Mesías y Señor, Redentor del mundo. Pero él sólo ha podido expresar y realizar su señorío mesiánico y divino en forma de amor dialogal: ha escuchado y respondido, ha recibido y compartido la vida con los hombres y mujeres de su entorno.
Del Dios materno que cuida generosamente a los humanos (sus hijos) venimos al Dios esponsal y fraterno, que goza en amar y ser amado, en cercanía y comunicación transformadora, que culminan por Cristo en el símbolo eucarístico: sólo un hombre o mujer enamorado/a puede pedir ¡come, bebe, esto es mi cuerpo!, dando al otro y compartiendo con el otro el pan y vino de la vida. Lo que él ofrece no es ya un cuerpo de Madre divina (pechos abundosos, manantial de leche), ni el poder de un padre que planea por arriba, con autoridad dictatorial, sino el rostro y cuerpo humano del amigo/a, que goza y/o sufre a nuestro lado y que nos pide pan o una palabra de conocimiento, dignidad, ternura.
Jesús se ha vuelto así cuerpo ofrecido (se da a sí mismo: eucaristía) y necesitado (quiere que le alimentemos y acojamos en los pobres: cf. Mt 25, 31-46). Dios no se revela, por tanto, en los principios de la totalidad social, que pueden ser manipulados, al servicio del sistema o del estado, tampoco en la intimidad de la pura conciencia, sino en la comunión concreta de amor entre los hombres y/o mujeres de la tierra. Por eso, el símbolo supremo del Dios Hijo en el mundo es el pan y vino compartido: la solidaridad concreta de hermanos y amigos.
De aquel que da pecho a su niño (=madre/padre anterior, ya evocada), pasamos así al Dios de las personas maduras (varones y mujeres), capaces abrir un espacio de solidaridad y compartir el alimento sólido del pan y el vino (cf. 1 Cor 3, 2), en gesto intenso de comunicación humanizadora y amistosa, que se centra en Jesucristo.
En el fondo de ese Dios amigo que es Jesús sigue alentando el Padre/Madre, que le ha enviado y le sostiene: pero ese Dios ya no se encuentra arriba, fuera, como Señor impositivo, sino que es el Mesías encarnado, el compañero que anima a los hermanos en la búsqueda de diálogo y justicia sobre el mundo, el enamorado/a, esto es, hermano del alma, que nos ofrece sin pudor ni imposición su propio cuerpo, dándonos su sangre.
Nuestra iglesia se sabe Madre y Maestra, representante femenina (materna) y autoritaria (jerárquica) de un Padre; así se ha estructurado en formas que parecen piramidales, invirtiendo o destruyendo la más honda novedad del evangelio, expresada por un Padre no paternalista. Pues bien, para ser signo de Dios, ella, la iglesia ha de bajar de su posible pedestal de poder o seguridad sagrada, para compartir con los humanos el riesgo del amor (no hay amor sin riesgo), haciéndose Amiga y Compañera de los hombres y mujeres de la tierra, como fue Jesús.
De esa forma aparece Jesús en la iglesia, como Dios amigo que ofrece y pide cuerpo, para compartirlo en el signo del pan de cada día, en el vino de la fiesta. El pan es cuerpo porque se comparte; el vino es sangre porque se bebe de la misma copa, en señal de compromiso. Pues bien, este Jesús que es Dios del pan y el vino no comienza juzgando a los demás, sino que les escucha; no se arranca dando lecciones a nadie, como si tuviera una verdad infusa, reciba por oráculo de Delfos o por pitonisa de cualquier santuario de la tierra. Jesús acompaña en su camino a los amigos caminantes, aprende con ellos, con ellos comparte su pan y su vino, muriendo si hace falta (e hizo falta) por ellos.
3. Dios Familia, Teresa fecunda
[Apóstoles] Orando una vez Jesucristo Nuestro Señor por sus Apóstoles (Jn 17, 21), dijoque fuesen una cosa con el Padre y el Él, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en Él.
[Universalidad] ¡No sé qué amor puede ser mayor que este! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: “No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también” y dice “yo estoy en ellos” (Jn 17, 20.23) (Moradas 7, 2, 9-10).
[Servicio]¿Sabéis que es ser espirituales de veras? ¡Hacerse esclavos de Dios!... Así que, hermanas, para que (vuestra vida) lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas (las hermanas) y esclava suya (de las hermanas), mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir... (Moradas 7, 4, 9).
Del Dios/madre (pechos divinos), del Dios/amigo (matrimonio) pasamos así a la familia de Dios, que son sus apóstoles y todos los hombres... hijos de Dios, hijos de Teresa (su amada), hermanos todos, en familia abundante sobre el mundo.
Al servicio de esa gran familia de Dios quiso fundar Teresa sus casas de contemplaciones, Palomares de Dios para el amor fecundo, para alimentar la unión (la salvación) entre todos los hombres y mujeres de la tierra, empezando por su tierra de Castilla, aquí en Salamanca, pero enviando pronto hermanas y hermanos por Europa y por otros países del mundo.
Pasamos así del matrimonio (unión íntima con Jesús y/o con otros creyentes) a la comunión más extensa de la iglesia, representada por los apóstoles y por todos los creyentes, varones y mujeres. En ellos habita la Trinidad, ellos son Trinidad, siendo signo de Dios sobre la tierra. Esto es creer en Dios, expresar su misterio: abrirse en comunión de amor y servicio mutuo hacia los otros.
En este contexto se puede situar el icono de la Trinidad de Rublev: Sentados a la mesa, en torno a un plato de Cordero (signo de la entrega amorosa de Jesús), que puede estar simbolizado también por el pan y vino compartido, habitan los tres ángeles (hombre-mujeres), que representan la belleza de Dios, la humanidad completa, la familia de los hijos de Dios y de Teresa, reunidos en comunicación vital y personal, palabra y comida: este es el supremo signo trinitario, esta es la iglesia.
Por eso, la Trinidad cristiana es misterio del gozo y gloria que mana del ser fundante (Madre) y se expresa en la vida compartida (unión enamorada), que se convierte en fecundidad universal por el Espíritu, superando así todo egoísmo y toda muerte. El amor de la Madre y del Esposo/Esposa se vuelve fecundidad universal, comunión de todos los hombres y mujeres de la tierra.
No hay al fin dominio impositivo, ni exclusión en este Dios, que no quiere ni puede humillarnos, poniéndose encima de nosotros,sino que ha venido a la tierra, a ser con nosotros (en nosotros), que nos visita y saluda a la caída de la tarde, para quedarse por siempre, como ha sabido Teresa, que es hijo, mujer enamorada, hermana Por eso, al final de este camino, el signo de Dios no es sólo la Madre de pechos de vida hechos fuente, ni el Enamorado del abrazo eterno, sino la Familia entera de los hijos de Dios (amigos, hermanos), reunidos en torno a la mesa, la comida fraterna, pan y vino, entre los hermanos.
Este es un Dios que era, es y vendrá, como ha dicho el Apocalipsis (1, 4). Por eso, conocerle únicamente como Padre/Madre significa quedarse en el principio, no haber recorrido con Él el camino de la vida, en generosidad eucarística. Quien lo haya recorrido, avanzando por los varios paisajes de la historia israelita y cristiana, sabe que Dios acaba siendo todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28), libertad y plenitud de nuestra vida, expresada en la fiesta del pan y vino compartido... como quiso y vivió Teresa de Jesús, cuya fiesta hoy celebramos.
AUTOR: Xavier Pikaza Ibarrondo
TOMADO DE: blogs.periodistadigital.com