Este rasgo englobante y totalizador de la experiencia mística compromete al sujeto como tal, afecta a la totalidad de la persona y la pone en contacto con la totalidad de la divinidad que se da como presencia al hombre. Este interviene todo entero y por lo mismo...
SANTA TERESA DE DIOS,
EL AMIGO PRESENTE
Santa Teresa de Jesús tan abierta y con un mundo amplio de relaciones, experimentó a Dios como amigo. No podía ser de otra forma en una personalidad tan rica y tan habilidosa para la comunión y la fraternidad. Nadie se atreve a discutir que Teresa de Jesús ocupa un lugar excepcional en el campo de la experiencia: sus escritos son la expresión de su propia experiencia y testimonio de vida puestos en letra de molde. La Santa de Ávila no sólo tiene la experiencia de Dios, sino que es capaz de leerla y hacerla entender, ya que está capacitada para narrarla con sencillez y simultáneamente con una profundidad, viveza y vigor increíbles. Al fin y al cabo lo que manifiesta es la presencia constante de Dios en su vida y de la que ella toma conciencia con una claridad meridiana. A esta experiencia nos acercaremos en este artículo.
LA EXPERIENCIA MÍSTICA
La experiencia mística genera una nueva y original forma de conocimiento de Dios, como intentaremos ahora explicar. ¿Dónde está su originalidad y novedad? Sirve para nuestro intento, presentar las siete características que ofrece de manera excepcional el profesor Martín Velasco[2], referidas a la “experiencia mística” en general. Características que están presentes en los textos teresianos –como lo iremos indicando-.
CONOCIMIENTO INMEDIATO POR CONTACTO AMOROSO
Al tratarse de una experiencia que tiene su raíz en la presencia del Misterio y que tiene su origen en la fe no es conocimiento sensible. Tampoco se trata de un conocimiento que se adquiere por conceptos, por medio del estudio o de la enseñanza. Por lo mismo, la experiencia mística no propiamente aumenta los conocimientos conceptuales, deductivos o racionales sobre Dios ni aumenta las verdades que el místico conoce por la fe de la tradición eclesial. El conocimiento de la experiencia mística está situado en otro nivel, en el cual el se entra en contacto con el Misterio que es “padecido y gustado” como realidad presente en el ser humano. El místico sabe infinitamente más de Dios por cuanto toma conciencia de Él presente en lo más profundo de su ser y que se le comunica de manera gratuita, amorosa y personal. La experiencia mística se caracteriza entonces, por su inmediatez. Inmediata significa que Dios se hace presente al hombre sin pasar por las ideas que éste se forja de Él ni por las noticias que otros le puedan comunicar a través de métodos de enseñanza[3].
Se trata por tanto, de otro tipo de conocimiento y de saber, donde “el entendimiento no discurre –a mi parecer- mas no se pierde; mas –como digo- no obra, sino está como espantado de lo mucho que entiende; porque quiere Dios entienda que de aquello que Su Majestad le representa, ninguna cosa entiende” (Vida 10,1), y continúa la Santa Teresa dos capítulos más delante de su autobiografía: “... En la mística teología que comencé a decir, pierde de obrar el entendimiento, porque le suspende Dios... que cuando el Señor suspende y hace parar, dale de qué se espante y se ocupe, y que sin discurrir entienda más en un credo que nosotros podemos entender con todas nuestras diligencias de tierra en muchos años (Vida 12,5), de tal manera que sin entender cosa particular y sin buscar muchas razones con el “entendimiento agudo”, la experiencia mística lleva al místico a comprender mucho “y se alcanza más que por mucho relatar el entendimiento” (Vida 15,7).
Y, efectivamente, Santa Teresa sabe distinguir de forma precisa entre la ciencia que de Dios pueden tener los letrados de su tiempo y la sabiduría que procura la experiencia contemplativa del Misterio: “No se espante ni le parezcan cosas imposibles: todo es posible al Señor; sino procure esforzar la fe y humillarse de que hace el Señor en esta ciencia a una viejecita más sabia por ventura que a él, aunque sea muy letrado” (Vida 34,12). Es otro tipo de saber y de conocimiento, que no propiamente enseña verdades ni enseña dogmas ni acrecienta el patrimonio de ideas sobre Dios. No quiere decir que sea un conocimiento vacío, sino que es un conocimiento inmediato que pone en contacto amoroso con Dios, presente en el alma; es un conocimiento de amor vivido en la fe por el que sabemos que estamos en Dios y Dios está en nosotros[4]. La experiencia mística de Teresa de Jesús es aquí presencia inmediata y directa de aquello que se muestra a sí mismo en el sujeto que experimenta, en contraposición a todo conocimiento mediado o indirecto.
CONOCIMIENTO PASIVO
La pasividad es el segundo rasgo característico de la experiencia mística. Significa que en la experiencia mística, la iniciativa siempre es de Dios tal como aparece en la revelación bíblica y en la propia experiencia de Santa Teresa de Jesús. Presupone la presencia previa de Dios como condición de posibilidad para buscarlo o para echarlo de menos. Escribe el profeta Isaías: “Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí: me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy a gente que no invocaba mi nombre” (65,1; cfr. Romanos 10,20). Dios siempre toma la iniciativa en la revelación; no es propiamente el hombre quien busca a Dios sino que Dios busca al hombre. No es una experiencia de conquista personal sino de gracia divina.
En los textos de los místicos, y particularmente en Santa Teresa, encontramos frecuentemente expresiones como “Acaecióme”, “acaecíame algunas veces”, “venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios”[5], etc. Expresiones que le sirven para describir sus íntimas experiencias. Si el hombre se pone en movimiento de búsqueda es porque está habitado por una “presencia” experimentada o presentida bajo la forma de anhelo o deseo. La Santa toma conciencia de una presencia dada y experimentada como tal; no es la mirada investigadora, curiosa e inquisitiva, sino que es la mirada contemplativa que percibe la presencia de Dios en el alma, otorgada de manera gratuita, para ser atendida, escuchada y acogida también de manera gratuita, sin el concurso del esfuerzo voluntario para la conquista personal y sin búsqueda de razones[6]: “La paz interior y la poca fuerza que tienen contentos ni descontentos por quitarla, de manera que dure esta presencia, tan sin poderse dudar de las tres Personas, que parece claro se experimenta lo que dice San Juan, que hará morada con el alma. Esto no sólo por gracia, sino porque quiere dar a sentir esta presencia y trae tantos bienes, que no se pueden decir, en especial, que no es menester andar a buscar consideraciones para conocer que está allí Dios”[7].
Esta segunda característica (pasividad) de la experiencia mística la presenta Santa Teresa en otra página de antología: “Bien entendía yo no venía aquello de mí, ni lo había ganado con mi diligencia, que aún no había habido tiempo para ello. Su Majestad me había dado fortaleza para ello por su sola bondad. Hasta ahora, desde que me comenzó el Señor a hacer esta merced de estos arrobamientos, siempre ha ido creciendo esta fortaleza, y por su bondad me ha tenido de su mano para no tornar atrás. Ni me parece, como es así, hago nada casi de mi parte, sino que entiendo claro el Señor es el que obra. Y por esto me parece que a almas que el Señor hace estas mercedes que, yendo con humildad y temor, siempre entendiendo el mismo Señor lo hace, y nosotros casi nonada, que se podía poner entre cualquiera gente. Aunque sea más distraída y viciosa, no le hará al caso ni moverá en nada; antes –como he dicho- le ayudará y serle ha modo para sacar muy mayor aprovechamiento. Son ya almas fuertes que escoge el Señor para aprovechar a otras; aunque esta fortaleza no viene de sí. De poco en poco, en llegando el Señor aquí un alma, le va comunicando muy grandes secretos”[8].
SENCILLEZ DE LA EXPERIENCIA MÍSTICA
El nuevo y original conocimiento que procura la experiencia mística es de una gran simplicidad y sencillez. Se trata de una enorme simplificación –que no significa reduccionismo en ningún modo- y concentración de los actos que intervienen en la experiencia mística. Sencillez y simplicidad que no son sinónimos de empobrecimiento, sino que significan una maravillosa concentración en lo esencial para intensificar más la fuerza de la luz que pacifica al alma. Al conocimiento discursivo (que exige el ejercicio de los sentidos, la imaginación, el entendimiento para despertar los afectos y sentimientos, y que finalmente suscita los actos de la voluntad), le sucede una contemplación enormemente simplificada en la que toda la actividad del sujeto es reducida para acoger la presencia amorosa otorgada por pura gratuidad y benevolencia[9].
Recurrimos nuevamente a la Santa de Ávila, por cuanto lo expresa mejor ella con este ejemplo que nosotros con muchos argumentos o reflexiones: “... así es acá, que se entiende Dios y el alma con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio. Como acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, aun sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran estos dos amantes, como dice el Esposo a la Esposa en los Cantares (4, 9). A lo que creo, lo he oído, que es aquí” (Vida 27,10).
DE CARÁCTER ENGLOBANTE Y TOTALIZADOR
“Acaece, cuando el Señor es servido, estando el alma en oración y muy en sus sentidos, venirle de presto una suspensión adonde le da el Señor a entender grandes secretos que parece los ve en el mismo Dios..., adonde se le descubre cómo en Dios se ven todas las cosas y las tiene todas en sí mismo...”[10]. La experiencia mística conlleva la aparición de una nueva conciencia en la que se supera la dualidad sujeto-objeto, donde el hombre no sólo experimenta el núcleo o el alma de la realidad, sino que también se experimenta uno con Él; el hombre se experimenta plenamente autoimplicado en un todo lleno de sentido. Es una experiencia que afecta a la totalidad de la persona y en ella se produce “dilatamiento o ensanchamiento en el alma a manera de como si el agua que mana de una fuente no tuviese corriente sino que la misma fuente estuviese labrada de una cosa que mientras más agua manase más grande se hiciese el edificio; así parece en esta oración; y otras muchas maravillas que hace Dios en el alma que la habilita y va disponiendo para que quepa todo en ella”[11].
Este rasgo englobante y totalizador de la experiencia mística compromete al sujeto como tal, afecta a la totalidad de la persona y la pone en contacto con la totalidad de la divinidad que se da como presencia al hombre. Este interviene todo entero y por lo mismo se ve radical y enteramente autoimplicado. No se implica un órgano especial, sino que la experiencia mística es vivida por el sujeto más allá de la diferenciación de sus facultades parciales. Se vive desde “el más profundo centro”, desde “el hondón del alma”, desde la sustancia misma de la persona humana. Es una presencia entregada que toma posesión del ser entero. El carácter englobante o totalizador de la experiencia mística se manifiesta con claridad en la transformación de la persona[12].
EXPERIENCIA FRUITIVA
La presencia de Dios es percibida por Santa Teresa de Jesús con una alta dosis de “padecimiento gozoso”. Experiencia intensamente fruitiva, sobre todo en sus grados más altos, en la que “no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de las que el Señor me daba a entender con un deleite tan soberano que no se puede decir; porque todos los sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más” (Vida 38, 2).
La advertencia de la vecindad y presencia amorosa de Dios provoca en Santa Teresa una exaltación indecible de lo emocional: “gran ímpetu de alegría” –como lo expresa a la altura de las Sextas Moradas 6,11). Se dan sentimientos tan paradójicos: “tan grande el dolor..., y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite ni se contenta el alma con menos que Dios” (Vida 29,13), “lágrimas gozosas” (Vida 19,1), “los grandes ímpetus de esta pena crece” (Exclamaciones 16,1), que producen en lo íntimo del sujeto algo increíble y casi indecible ya que siente que “está gozando en aquella agonía con el mayor deleite que se puede decir. No me parece que es otra cosa sino un morir casi del todo a todas las cosas del mundo, y estar gozando de Dios... Es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se aprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima manera de gozar el alma”[13]. Como expresión paradójica, la Santa lo experimenta y vive “con harto tormento, aunque sabroso” (Sextas Moradas 6,1)[14].
El gozo de la unión con Dios es de naturaleza diferente a los que ofrecen los bienes mundanos; aquel requiere el paso necesario por la prueba y la purificación, el paso por la muerte del desprendimiento más radical para ser disfrutado[15]. Escribe la Santa Doctora y Maestra de espirituales: “Yo os digo de verdad que la misma alma no se conoce a sí... No sabe de dónde pudo merecer tanto bien...; vese con un deseo de alabar al Señor, que se querría deshacer, y de morir por El mil muertes. Luego le comienza a tener de padecer grandes trabajos sin poder hacer otra cosa... todo le cansa, porque ha probado que el verdadero descanso no le pueden dar las criaturas” (Quintas Moradas 2,7-8).
EL INDISPENSABLE PASO POR LA NOCHE OSCURA
Lo peculiar u original del sujeto que tiene experiencia mística no es la de un privilegiado vidente de apariciones, la de la experiencia directa del Misterio al margen de la fe. La certidumbre o certeza de la experiencia mística -también la de Santa Teresa de Jesús- se inscribe y cristaliza en el ámbito de la fe: es una profundización de ella. El conocimiento nuevo y original de la experiencia mística no deroga el régimen de oscuridad propio de la fe; no es un camino alternativo para ella. Se trata de una experiencia o conocimiento que es cierto y oscuro[16], propio del claroscuro de la fe.
El místico es un profeta radical de la presencia oscura de Dios. De ahí su necesidad frecuente de recurrir al símbolo y a la comparación, para expresar simultáneamente esa presencia misteriosa de Dios en su existencia y la experiencia mística que le descubre presente esa realidad divina al sujeto. Presencia que excede las facultades humanas del conocimiento ordinario y objetivo por medio de conceptos y que constituye para el alma una tiniebla y también una luz que acompaña dicha tiniebla, no por deficiencia de luz, sino todo lo contrario, por exceso de luz le resulta cegadora para la capacidad limitada de la mente y el entendimiento humanos: “Deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí; ya no es ella la que vive, sino Yo. Como no puede comprender lo que entiende, es no entender entendiendo... El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entiende; porque –como digo- no se entiende. Yo no acabo de entender esto”[17]. (¿Y usted, querido (a)lector (a) lo entiende?).
EXPERIENCIA INEFABLE
La inefabilidad es otro rasgo característico presente en la experiencia mística teresiana. Ciertamente se ha insistido con mucha frecuencia sobre esta característica de la experiencia mística que da la sensación de ser algo propio, único o exclusivo de ella. No sólo la experiencia mística es inefable.
Aquí hace eco el sabio consejo teresiano: “Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega nuestro conocimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta ver que es todopoderoso el que lo hace; y pues no somos ninguna parte por diligencias que hagamos para alcanzarlo sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo” (Quintas Moradas 1,11).
La experiencia mística, pues, se traduce como insondable para la razón humana y trascendente para las capacidades expresivas del lenguaje, y lo contemplado, experimentado y padecido no es susceptible de verificación o comprobación científica o racional, y para colmo, el místico encuentra cierta dificultad comunicativa insalvable: sabe que el Misterio lo sobrepasa y simultáneamente lo incluye[18]. Lo que Cristóbal Cuevas y Jorge Guillén atribuyen a la obra de San Juan de la Cruz igualmente lo podemos aplicar a la obra teresiana, por cuanto que ella (Teresa) como él (Juan) “encomienda a un puñado de signos verbales la imposible misión de expresar algo que él mismo considera inefable”[19]. Efectivamente, el lenguaje del místico es a todas luces insuficiente[20]. Siempre se trata de balbuceos, que sin duda alguna son espléndidos, pero a su vez son intentos insuficientes para comunicar en plenitud, totalmente, lo inefable e indecible.
Concluimos pues, que las anteriores características de la experiencia mística están presentes en los escritos teresianos –como lo hemos tratado de mostrar con algunas citas que juzgamos significativas para ello-. Es decir que Santa Teresa encarna o personaliza y concreta cada una de estas características. Su experiencia mística queda verificada; más aún, ella las cumple y realiza en exceso, y por lo mismo constituye un modelo o paradigma cualificado de experiencia mística.
[1] Teólogo de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Realizó estudios de profundización en santa Teresa y san Juan de la Cruz en el Centro Teresiano-sanjuanista de Ávila – España.
[2] Cfr. MARTÍN VELASCO, Juan, El fenómeno místico. Estudio comparado, Trotta, Madrid, 1999, págs. 319-356.
[3] Cfr. MARTÍN VELASCO, Juan, Espiritualidad y Mística, Fundación Santa María, Madrid, 1994, págs. 56-57; El fenómeno místico. Estudio comparado,... págs. 328-335.
[6] Cfr. MARTÍN VELASCO, Juan, Espiritualidad y Mística..., págs. 61-62; El fenómeno místico..., págs. 324-328.
[7] Cuentas de conciencia 66, 10. Palencia, mayo de 1581. En la Vida escribe al respecto: “... Porque en cosas de espíritu, en poco tiempo tiene mucha experiencia, que éstos son dones que da Dios cuando quiere y como quiere, y ni va en el tiempo ni en los servicios... Su Majestad sabe la causa” (34,11).
[12] Cfr. MARTÍN VELASCO, Juan, Espiritualidad y Mística..., págs. 66-67; El fenómeno místico..., págs. 322-324.
[14] “...aunque en estas postreras va el trabajo acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria. Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que goza. Entiéndese que se goza un bien, adonde junto se encierran todos los bienes; mas no se comprende este bien. Ocúpanse todos los sentidos en este gozo, de manera que no se queda ninguno desocupado para poder en otra cosa exterior ni interiormente... Acá el alma goza más sin comparación, y puédese dar a entender muy menos, porque no queda poder en el cuerpo, ni el alma le tiene para poder comunicar aquel gozo” (Vida 18,1).
[18] Cfr. LÓPEZ-BARALT, Luce, Asedios a lo Indecible. San Juan de la Cruz canta al éxtasis transformante, Trotta, Madrid, 1998, pág. 11.
[19] CUEVAS, Cristóbal, Estudio Literario, en ROS, Salvador (ed.), Introducción a la lectura de San Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Salamanca, 1991, pág. 201.
[20] Cfr. GUILLÉN, Jorge, Lenguaje y Poesía. Algunos casos españoles, 3ª edición, Alianza, Madrid, 1983, págs. 73-109. Páginas especialmente dedicadas a San Juan de la Cruz.
AUTOR: P. Milton Moulthon Altamiranda, OCD