San Juan de la Cruz uno de los santos y místicos más relevantes de la historia de la fe e iglesia. Doctor de la Iglesia, maestro espiritual, una de las cumbres de la literatura y de la poesía junto a su compañera Santa Teresa de Jesús. Y como indicamos, la vida y obra de San Juan de la Cruz nos viene muy bien para irnos preparando para celebrar la Navidad, realidad fundante, junto a con la Pascua, de la fe. Él supo comprender y vivir profundamente la entraña de la fe, tal como se nos manifiesta en Navidad. Como nos presenta en su Romance de Nacimiento, “era llegado el tiempo en que de nacer había, así como desposado que en sus brazos la traía, al cual la graciosa Madre en su pesebre ponía…Dios en el pesebre allí lloraba y gemía, que eran joyas que la esposa al desposorio traía, y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía”
San Juan de la Cruz nos transmite así el sentido profundo de la Navidad y de la fe, como es la Encarnación de Dios en Jesús por la que asume solidariamente todo el sufrimiento, mal e injusticia que padece la humanidad. Para liberarnos y salvarnos en el amor y la justicia, en la auténtica alegría y felicidad. Dios en Cristo se ha encarnado en solidaridad fraterna con toda la humanidad, asumiendo el dolor e injusticia que padece. Y, de esta forma, traernos el sentido de la vida, una vida alegre y feliz en este amor solidario que nos libera de todo mal. En la Encarnación de Cristo, Dios se hace pequeño y pobre en fraternidad liberadora con los pobres de la tierra, en solidaridad y justicia con las víctimas de la historia u oprimidos del mundo.
Dios se encarna y nace en las periferias del mundo, en los márgenes y reverso de la historia. Como afirma San Juan de la Cruz, “del Verbo divino la Virgen preñada viene de camino. ¡Si le dais posada!” (Letrilla, 13 Navideña). Y como nos narra el Evangelio, “le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc 2,7). De esta forma, el Niño-Dios Pobre nos trae la salvación en este amor fraterno, solidaridad y justicia, la liberación integral del mal y del pecado, del egoísmo con sus ídolos del poder y la riqueza-ser rico. Así lo muestra San Juan de la Cruz: “para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada…” (Monte de perfección 5). Lo primero y esencia de todo es el Don del amor en Dios, tal como se nos muestra en Navidad, que nos lleva a la fraternidad solidaria y liberadora de los falsos dioses del poseer y del tener, de la idolatría de la riqueza-ser rico y del poder. Como afirma bellamente San Juan de la Cruz, “en la interior bodega de mi Amado bebí… y el ganado que antes seguía perdí…Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio…” (Cántico Espiritual 17, 19).
De esta forma, como nos muestra el Dios encarnado en el niño pobre y en la familia empobrecida, la pobreza solidaria nos va liberando de toda opresión e injusticia. Nos hace libres y liberadores frente a todo poder que cause desigualdad, exclusión y marginación. Tal como narra San Juan de la Cruz, “buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras” (Cántico espiritual 15). En Navidad, se nos presenta así el verdadero rostro e imagen de Dios que se ha revelado en Jesús. Es el Dios de la misericordia y la compasión, del amor fraterno y de la justicia con los pobres de la tierra para liberarnos del mal e injusticia del poder, de los poderosos, de la riqueza y de los ricos que oprimen a los hambrientos y pobres. Se trata de que no se caiga en la soberbia para que no se produzca la humillación, que no nos convirtamos en poderosos ni en ricos para que no se generen pobres y oprimidos. Tal nos revela todo ello la Madre del Niño-Dios Jesús que va nacer, María de Nazaret en el Magníficat (Lc 1, 46-55).
Y de esta forma, irnos aproximando a la belleza de Dios que con su gracia nos salva y libera, a la gloria, esplendor y amor de Dios como se refleja en el universo e historia donde Dios, en Cristo, se han encarnado y asumido para traernos la liberación fraterna e integral (cf. Rm 8, 22-39). Como nos muestra San Juan de la Cruz, “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura…Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos… la noche sosegada” (Cántico Espiritual 25, 65).
Es la experiencia espiritual y mística de comunión con Dios, con la humanidad y con el cosmos que culmina en la vida plena de amor, eterna, en los cielos nuevos y tierras nuevas (Ap 21). Como experiencia San Juan de la Cruz, “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado” (Noche oscura 40). Esta sabiduría espiritual y comunión mística, compasiva de Dios con la humanidad y el cosmos, culmina en la Cruz de Cristo-Crucificado, la Ciencia de Cruz como escribió la Santa E. Stein. Es la plenitud de la entrega y el amor liberador por los otros, como ya nos había señalado el acontecimiento de Navidad.
AUTOR: Augustin Ortega Cabera