En este libro vamos a banquetear espiritualmente en la mesa de Isabel. En esta comida espléndida más que presentaciones mentales nuestras iremos saboreando las propias palabras de nuestra anfitriona, lo que alguien, aunque en otro contexto, llamaría ipsissima verba de Isabel...
LIBRO NUEVO
SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD: SANTA Y PEREGRINA DEL VIAJE MÁS LARGO ¡HACIA EL PROPIO INTERIOR!
Colección: Santa Isabel de la Trinidad
ISBN: 978-84-8353-801-2
Encuadernado: Rústica con solapas
Nº de páginas: 138
Formato: 150 x 210 mm.
Autor: José Vicente Rodríguez
León Blois, famoso escritor francés, se autodefinió como Peregrino del Absoluto. A esta nueva santa del Carmelo, Isabel de la Trinidad, no le disgustará que la califiquemos también como peregrina del absoluto; ella en una de sus poesías titulada El corazón herido por el Infinito, compuesta en 1902, habla del tormento divino de los corazones heridos por el Infinito; y cuanto más herido, tanto más peregrino. Isabel sí que fue de veras como un halcón peregrino, que va de vuelo en vuelo, haciendo interminables escalas. Aunque se pose y aterrice en sus TRES, como le gusta llamar a la Trinidad Beatísima, como quiera que el mundo divino no se acaba nunca ni tiene límites, ella sigue y sigue internándose en su Dios, entrando más adentro en la espesura. Esta espesura “de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella siempre puede entrar más adentro, por cuanto es inmensa y sus riquezas incomprehensibles, según exclama San Pablo, diciendo: ”¡Oh alteza de riquezas de sabiduría y ciencia de Dios, cuán incomprehensibles son sus juicios, e incomprehensibles sus vías! (Rom 11, 33). El Papa Francisco en su Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere del 29 de junio de este año habla de la “peregrinación en busca del Dios verdadero, que es propio de cada cristiano y de cada consagrada por el Bautismo, que se convierte por la acción del Espíritu Santo en sequela pressius Christi (en seguimiento más estrecho de Cristo). Camino de configuración a Cristo Señor, que la consagración religiosa expresa con una singular eficacia, y, en particular, la vida monástica, considerada desde los orígenes como una forma particular de actualizar el Bautismo” (n.1). Isabel viviendo su peregrinación del Absoluto trató de desvivirse por la entrega más plena a Cristo Jesús, sabiendo que todo el tiempo de la vida terrena era el tiempo de su bautismo.
En este libro vamos a banquetear espiritualmente en la mesa de Isabel. En esta comida espléndida más que presentaciones mentales nuestras iremos saboreando las propias palabras de nuestra anfitriona, lo que alguien, aunque en otro contexto, llamaría ipsissima verba de Isabel. Así y al aire de su vuelo iremos en busca de la fuente escondida. El camino para el manantial no es otro que la misma sed que atormentó a Isabel, esa gran zahorí de lo divino3. Hablando de fuentes, no es la primera vez que me gusta referirme al sueco Dag Hammarskjöld, que fue secretario general de la ONU, entre 1953 y 1961, Premio Nobel de la Paz póstumo en 1961, y que dejó escrito: “El viaje más largo es el viaje al interior, de aquel que ha escogido su destino, que ha empezado a buscar la fuente de su ser. ¿Hay una fuente? Está todavía con vosotros, en lo más hondo”. La experiencia, madre de la ciencia, nos enseña que “tarde o temprano todos acabamos atravesando ese túnel profundo que está en el interior de nosotros mismos”. Isabel de la Trinidad ha sido una de esas personas que, por lo que a ella respectaba y por lo que quería gritar y persuadir a los demás, más se ha afanado en ir a lo más hondo y a lo más alto de esa fuente manantial. Y teniendo conciencia clarividente de su misión póstuma, la expresó por escrito once días antes de su muerte: “Me parece que en el cielo mi misión será atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas para unirse con Dios, con un movimiento todo sencillo y amoroso, y conservarlas en ese silencio interior, que permita a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él mismo”. Por estas mismas fechas, al preguntársele cómo pensaba ella pasar su eternidad, contestó: “Si el buen Dios se fía algo de mí, me parece que mi misión en el cielo será atraer a las almas al recogimiento interior”. Y en otra carta dos meses antes ya había manifestado: ”¡Ah, querría poder decir a todas las almas qué fuentes de fortaleza, de paz y también de felicidad encontrarían si consintiesen en vivir en esta intimidad! Solo que ellas no saben esperar”. De Teresa de Lisieux el gran pontífice Pío XI dijo el 11 de febrero de 1923 cuando aprobó los milagros para su beatificación que Teresita era un milagro de virtudes y añadió: “La pequeña Teresa se ha hecho ella misma una palabra de Dios […] La pequeña Teresa del Niño Jesús nos quiere decir que es fácil participar en todas las más grandes y heroicas obras de celo apostólico, mediante la oración”. Santa Isabel de la Trinidad, también como otra palabra de Dios, está llamada a seguir anunciando, ahora con más fuerza y cada vez con más persuasión, que nuestra fuente y las raíces de nuestro ser no sólo están en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino que la fuente y raíz de nuestro ser humano y cristiano es la Santísima Trinidad en persona, y, para ser más exactos, en sus tres Personas.
Tenemos que saber conjugar debidamente los dos verbos: ser y estar. San Juan Evangelista, cual águila caudal tal como le vemos simbolizado en esta reina de las aves, desde su primer altísimo vuelo, en el prólogo de su evangelio convida e incita a volar con él al seno de la Trinidad, para perdernos en Dios y allí y desde allí encontrarnos con los hermanos e hijos de Dios. Isabel también convida e incita a volar a lo más hondo y más alto de Dios, cual es la Trinidad Santísima. No sabemos lo que el Papa Francisco dirá de Isabel el día de la canonización; lo que ya dijo Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984 cuando la beatificó fue que estamos ante “un testigo brillante de la alegría de estar enraizados y fundados en el amor”. Santa Isabel de la Trinidad, desde las exhortaciones y planteamientos que menudean en sus cartas, como si se las escribiera a cada uno de sus lectores, quiere pasarles noticia de sus propias experiencias y vivencias, rogándoles “que no carezcan de tanto bien”, como quería santa Teresa, en tema de oración8. De todo ese material epistolar y de sus demás escritos: poesías, El cielo en la fe, Últimos Ejercicios, etc., se puede formar un gran cuerpo de doctrina, pero, la marca original de sus mensajes seguirá siendo siempre el testimonio. Maestra, sí, también, pero porque testigo y sólo en cuanto tal. No hay que olvidarlo. “Isabel no habla como teórica (de teología o de mística, da lo mismo): ella ofrece un testimonio”. Ella escribe no de temas, no de cuestiones abstrusas o discutidas sino de realidades vivas tales como las riquezas del bautismo, la vida de Dios en el hombre, o, con palabra más culta, la inhabitación de la Santísima Trinidad, la filiación divina, la incorporación a Cristo, etc. Y por poco que la leamos, nos damos cuenta de que se mueve en la órbita teresiano-sanjuanista de la interioridad. Interiorización, mejor que instrospección, está significando y anunciando la capacidad y actitud de “entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen”10. Esa internada se hace para encontrarse con Quien habita en nosotros, en nuestro interior, en nuestro corazón.
Ese gran viaje al interior propicia también encontrarse consigo mismo de verdad; y redobla la alegría de considerar y vivir y acariciar las riquezas interiores depositadas por Dios en el corazón del hombre, en ese más profundo centro de la persona. En ese itinerar al interior no olvida ni desconoce Isabel lo que llama noches oscuras, vacíos, impotencias, incapacidades atroces, en que se ve probada y crucificada interior y exteriormente. Este acrisolamiento se puede llamar también capacidad de soledad con Dios; a veces, con un Dios mudo, silencioso, que te perfora el alma. En estos trances en los que sentía que no un velo sino un grueso muro le ocultaba a Dios, se atrevía a decir. ”¡Vayamos a Él en la fe pura...; y amemos esta oscuridad que nos conduce a Él; es muy duro, verdad, después de haberlo sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que Él está ahí también”. La que invoca como “soledad infinita e inmensidad” en que se perdía y en la que se pierde cualquier mortal, es ni más ni menos que el habitat de ese Dios que te rehace, te re-crea, te funde a unas temperaturas altísimas y sofocantes. Hay que aguantar, a veces temblando de calor y derritiéndose de frío (para usar el lenguaje antitético de los místicos) las mil atmósferas del Todopoderoso. Fuerte en la experiencia de esos caminos, de los que da testimonio, puede decir a su madre: “El alma que vive bajo la mirada de Dios, se halla revestida de su fortaleza y es valerosa en el sufrimiento”.
Aquí está hablando no sólo de lo interior sino también de la cruz de su enfermedad. Sus mensajes tienen el valor sobreañadido de haber sido pergeñados tantos de ellos con mano temblorosa y con un lapicerito humilde por no tener ya fuerzas para sostener la pluma. Esta obrilla se divide en tres partes. En la primera ofrecemos un perfil biográfico de Isabel. En la segunda presentamos algunas de las líneas mentales, mejor diría espirituales de esta gran santa. Y en la tercera haremos un comentario a su Elevación a la Santísima Trinidad. El Concilio Vaticano II, en la Constitución “Lumen Gentium”, hablando de los bienaventurados que ya disfrutan de la visión de Dios, exhorta: ”Es sumamente conveniente que amemos a estos amigos y coherederos de Cristo, hermanos también y eximios bienhechores nuestros; que rindamos a Dios las gracias que le debemos por ellos” (LG 50). Seguro que Isabel de la Trinidad sonríe fraternalmente ante estas páginas que dedico a su memoria, alegrándome de que le haya llegado la canonización por parte del Papa Francisco.
José Vicente Rodríguez Toledo
Julio y agosto de 2016
TOMADO DE: www.montecarmelo.com