Muchas veces a Jesucristo lo identificamos con el buen samaritano. Por lo tanto la parábola nos invita a ser como el buen samaritano. De esta manera nos configuramos a Cristo sirviendo, ayudando al prójimo. Este milagro, o signo, como llama Juan a los milagros de Jesús en su evangelio...
REFLEXIÓN 3:
ICONO DEL BUEN SAMARITANO (Lc 10, 25-37)
Muchas veces a Jesucristo lo identificamos con el buen samaritano. Por lo tanto la parábola nos invita a ser como el buen samaritano. De esta manera nos configuramos a Cristo sirviendo, ayudando al prójimo. Pero este icono tiene muchos colores y varias figuras. Para terminar de ver en totalidad la figura de Cristo, como nuestra meta del camino pascual, necesariamente tenemos que mirar detenidamente para apreciar este icono en su totalidad.
1. EL FONDO DEL ICONO
En el capítulo anterior, cap. 9 del evangelio de Lucas, Jesús emprende el viaje hacia Jerusalén. Viaje que físicamente llevará a Jesús a la Ciudad Santa, y espiritualmente lo hará madurar más en su opción de Mesías y Salvador.
El fondo del icono del buen samaritano, está pintado de colores serios y a la vez con penumbras.
1.1. El maestro de la Ley
Vemos el maestro de la Ley que se levanta y, para ponerlo a prueba a Jesús, le pregunta: ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (10, 25).
La misma pregunta, curiosamente va a aparecer por segunda vez en el cap. 18. Donde uno de los jefes, un joven rico, lo preguntará nuevamente en el camino, ya más cerca de Jerusalén: “Maestro bueno que debo hacer para heredar la vida eterna? [Vende todo lo que tienes y sígueme]
Aquí, en nuestro pasaje Jesús pregunta a su vez al maestro de la Ley: ¿qué dicen las Escrituras. El escriba responde con las palabras de uno de los textos más conocidos y venerados del AT, el shemá: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5) y añade “y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo”.
Ha contestado bien. Vemos que este hombre sabe, sabe lo que es más importante, el amor. Pero, el “saber” no basta. Sobre todo cuando es un saber que no compromete. Este tipo de saber no interesaba a Jesús. Muchos de sus encuentros, incluso con el joven rico, Él terminaba como cortando: Vende todo y sígueme; obra así y vivirás, coge tu cama y vete, vete y no peques más, etc…
El maestro de la Ley, sin embargo se muestra impaciente por cerrar el debate. Parece que le faltase el coraje de terminar teniendo pendiente un compromiso. Cerrar el debate teórico y abrir el capítulo de acción. Tiempo de obras. Seguramente también por eso sigue mantenido el debate teórico. Por eso sigue preguntando: “¿Y quién es mi prójimo?
También esta pregunta es justificable. Es bien puesta, en el sentido de que para los judíos el prójimo no era la persona cualquiera. Para un judío tradicional el prójimo era solamente un hermano de pueblo, el otro israelita; los demás no eran prójimos. Pero aún dentro del sistema socio-religioso del judaísmo, ese próximo debía reunir unas condiciones especiales para poder acercarse a uno, no debía estar impuro legalmente para que no hiciera impuro a nadie.
A Jesús, sin embargo, le interesa solamente que el maestro de la Ley, intérprete bien su papel activo. “Haz eso y vivirás” “Vete y haz tú lo mismo”.
1.2. La importancia del verbo “hacer”
Lo primero es de notar que la importancia del “hacer” nos resalta del papel del escriba. Es él que pregunta. Sin embrago el verbo se le hace fastidioso. Porque el maestro de la Ley en seguida capta la indirecta de Jesús: Sabes de todo, pero hasta que no hayas aprendido a hacer, obrar, tu saber no vale para nada. En otros términos, el conocimiento no es saber, ni siquiera ver, sino actuar.
1.3. El conocimiento es inseparable de la praxis.
Alguno ha dicho “yo conozco a una persona cuando la quiero y no cuando sé todo sobre ella. Yo conozco al otro cuando empeño mi vida por el, cuando me comprometo en su favor.” El pastor conoce sus ovejas porque “da la vida por ellas”.
Podemos decir que avanzo en el conocimiento del otro en la medida en que me ocupo de él. Me dejo provocar por sus necesidades, sus exigencias. Cuando actúo a favor de él.
De la experiencia de Santa Teresa podemos recordar las palabras del Castillo interior:
“Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras” 7M 4, 6.
Pero el hacer no es toda la lección de este pasaje. No es el color que prevalece en este icono. Ni mucho menos. Justamente aquí es cuando empieza el relato de un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó.
Se trata de un camino de unos 30 kilómetros con una bajada desde unos 700 metros sobre el nivel del mar hasta unos 250 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo. Camino pasaba por las montañas. Era estrecho y peligroso. Lleno de cuevas donde se podían esconder los ladrones.
2. LOS PERSONAJES PRINCIPALES DEL ICONO
Los personajes fueron cuidadosamente elegidos. Primero son…
2.1. El sacerdote y el levita: El predomino de formalismo a la misericordia
El sacerdote y el levita son los dos personajes que primero pasan por delante del judío apaleado y lo ignoran siguiendo su camino; a Jerusalén.
- “Bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo.”
- “Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo.”
Con aquellos dos personajes Jesús implícitamente quiere advertir que no hay que seguir ni al sacerdote ni al levita que pretenden presentar la imagen de Dios invisible, en el templo, haciéndose ellos, a su vez, invisibles cuando se trata de pararse, de modificar su programa religioso.
Es inútil seguirles porque no tienen nada de decir de parte de Dios, aunque presuman de poseer una especie de exclusiva de la verdad. Es mucho mejor acudir al “hereje”, al samaritano.
Normalmente pensamos que esa actitud se debía a una falta de compasión. Una falta de estremecimiento del corazón. EL sacerdote y el levita tenían, por decir así, hormiguero en la cabeza, pero sin conexión con el corazón. No se dio en su interior esa conexión entre el cerebro y el corazón, que les empujaría a la acción.
Pero hay también otra explicación de su comportamiento y en consecuencia otra lección para nosotros, que va todavía más allá.
Es muy probable que ambos fueran rumbo a Jerusalén a oficiar en el Templo, por su parte la ley establecía que quien tocara un cadáver ensangrentado quedaría impuro hasta la noche y obviamente alguien impuro no podía participar de los rituales religiosos.
Es por eso que el simbolismo del sacerdote y el levita no es solamente de impiedad ni de crueldad, a lo mejor ni mucho menos. Sino de anteponer formalismos rituales a la misericordia y el perdón.
La imagen de la balanza (entre) el espíritu y la letra es uno de los pilares de la enseñanza de Jesús y también del Antiguo Testamento: “misericordia quiero y no sacrificios (Os: 6,6).
2.2. El agredido y el samaritano: la importancia del corazón
El hombre asaltado y golpeado es un judío, y mientras que quien ofrece ayuda gratuita es un samaritano. Entre estos dos grupos existía una intensa hostilidad racial. El autor del libro de Eclesiástico, judío Ben Sirá, el hombre culto y de mucha experiencia, y conocedor, por sus viajes, de diversos pueblos y culturas describe a los samaritanos como “el pueblo necio, estúpido” a quien “su alma detesta” (Eclo 50, 25-26). Se sabe incluso que a los judíos les estaba prohibido p.ej. decir amén al final de la oración presentada por un samaritano.
Había también opiniones contrarias entre los judíos; algunos pensaban que los samaritanos debían ser tratados como israelitas.
En ambos casos, durante la vida de Jesús, los samaritanos eran considerados “extraños”.
Y de hecho al final de la parábola el maestro de la Ley ni se atreve pronunciar el nombre del hombre que trató con misericordia al asaltado.
Más importante que los pensamientos sabios y las argumentaciones elaboradas por la mente es la sacudida de las entrañas. La razón es la del corazón. El intelectual se salva solamente cuando arriesga su corazón. Si no tiene miedo de amar. Cuando baja de la cátedra y se mancha las manos. Cuando siente todavía un estremecimiento del corazón. Porque el conocimiento de Dios pasa necesariamente por conocimiento del hombre. Dicho en otras palabras: lo que Dios nos pide –según Jesús- no es que seamos “religiosos”, sino que seamos “humanos”, viviendo la compasión hacia los otros.
“Un soldado, pidió al sargento permiso, para ir a buscar a su compañero que no había regresado a la base; el permiso fue denegado, sin embargo el soldado desobedeciendo fue de todos modos y al cabo de unos días, regresó con el compañero muerto; esto hizo enojar mucho a su superior... Te dije que estaba muerto y ahora tú estás herido, pero el soldado respondió: Cuando lo encontré aún estaba con vida y me dijo: Yo sabía que vendrías por mí.”
La lección que podemos sacar de este fragmento de la parábola es que precisamente ese “extraño”, el samaritano da pruebas de ser prójimo. El samaritano es el prójimo del maestro de la Ley. ¡Un samaritano es mi prójimo! Y yo estoy invitado a ser un samaritano.
3. OTRAS CARAS EN EL ICONO
3.1. En la cara del samaritano
La tradición ha visto en la cara del samaritano la cara de Jesús.
Sencillamente basta recordar el pasaje del lavatorio de los pies para tomar conciencia de similitudes en la postura de Jesús y el buen samaritano:
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, … se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. 5 Después echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos, y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido” J 13, 1-9.
Sin duda la parábola del buen samaritano habla de Jesús mismo. No es necesario mirar mucho tiempo para reconocer de quien es la cara. Jesús es el buen samaritano, que sin conocer, sin poder esperar algo de éste despojado, se acercó a vendar sus heridas.
¿Acaso no se acercó Cristo a tu vida cuando estabas maltratado y alejado de Dios? ¿No vendó Cristo tus heridas? ¿No te puso aceite y vino? ¿Figuras del Espíritu Santo y sangre derramada? ¿No pasaste por la cabalgadura de la cruz y luego te llevó al mesón, que es figura del trono de Dios?
Jesús vino a cumplir con la ley y los profetas (sacerdotes y levitas) pero vino a superar a ambos por el camino de la misericordia y el amor, porque lo que no hicieron ellos Él lo consiguió y a través de Él, el hombre es salvo.
3.2. En la cara del agredido
En una capilla en Vaticano, decorada por el jesuita esloveno Marco Ivan Rupnik, profesor de la espiritualidad oriental, encontramos en una de las paredes dedicada a la ascensión y Pentecostés, el icono del buen samaritano. El Espíritu Santo que ha salido de Dios en el símbolo de un torbellino penetra todas las cosas en el mundo y regresa a Dios bajo forma del amor fraterno. Es la representación de la divinización del hombre.
Vemos aquí buen samaritano. Mirando detenidamente vemos que el Samaritano tiene el mismo rostro del herido. Solamente visto desde dos ángulos diversos y con un diverso peinado.
Una única aureola ilumina a ambos para que se perciba que se trata de una única persona. Cristo es el buen Samaritano que ha venido a curarnos. Pero también Cristo es el agredido, apaleado, herido que nos enseña a recibir ayuda. A dejarse curar, vendar las heridas, a dejarse tocar, dejarse atender. La dinámica del verdadero amor consiste en el
doble movimiento: dar y recibir. Nosotros podemos amar después de ser amados, curar después de haber sido curados.
“¿Sabes recibir el amor?
… ¡es tan raro el equilibrio entre dar y recibir!… Hay personas absolutamente incapaces de recibir el amor.
Hay otras que filtran el amor recibido, según su modo de ser, reduciendo o ampliando el afecto que recibe a través de sus lentes (existenciales) de aumento o disminución.
… Hay, también, las personas que no darán (amor) jamás, pues sólo saben recibirlo.
Y hay aquellas otras que quieren y necesitan recibirlo, pero no sabe qué hacer cuando (y cuanto) lo reciben. …
¿Qué valdrá un amor mayor que el mundo, si el modo de recibirlo es pequeño?
… Saber recibirlo, aunque parezca pasivo, pero es activo.
Saber recibir es tan amar cuanto dar amor. Recibir amor es tan difícil cuanto amar!
Es que amar [a veces] desobliga, y recibir amor parece que prende las personas, las aprisiona, cuando debería ser exactamente lo contrario, pues saber recibir es tan grandioso y difícil cuanto saber darlo”(2)
Para entender mejor el icono de la experiencia plena del amor volvemos a nuestro pasaje del lavatorio de los pies del evangelista Juan:
“Antes de la fiesta de Pascua, … como Jesús había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin…. 6 Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? 7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. 8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás nada que ver conmigo. 9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.” J 13, 1-9.
Podemos también recordar la experiencia de nuestra Santa Teresa. En su autobiografía recuerda que la experiencia del recibir fue prácticamente el detonando en su proceso de la conversión:
“¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes! A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigabais mis delitos.” V 7, 19.
Por mucho tiempo Teresa de Jesús se niega a recibir, sintiéndose culpable y en realidad indigna de lo que se le ofrece. Pero después de una confesión se deja invadir por el Señor, totalmente. Ya no se defiende, ya le confía plenamente. Empieza la relación profunda.
“Estuve así casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los regalos y mercedes de Dios…. Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme Su Majestad. Porque antes me parecía que para darme regalos en la oración era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba bullir. Después vi lo poco que hacía al caso; porque cuando más procuraba divertirme [distraerme] (4), más me cubría el Señor de aquella suavidad y gloria, que me parecía toda me rodeaba y que por ninguna parte podía huir, y así era. Yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El Señor le traía mayor a hacerme mercedes y a señalarse mucho más que solía en estos dos meses, para que yo mejor entendiese no era más en mi mano (5). Comencé a tomar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad. Comenzóse a asentar la oración como edificio que ya llevaba cimiento…” V 24, 1-2.
Conclusión
En el icono del buen samaritano se nos presenta a Jesús-Amor. Amor que en el fondo, pasando por medio de los personajes principales y hasta en lo que se pueda intuir en lo más allá de una imagen, siempre está presente. Es un Amor que invita, empuja a actuar.
Es un Amor que estremece el corazón. Que es más fuerte que puros razonamientos y no se dobla delante de las exigencias de la ley.
Y por fin es un amor que pasa más allá de nuestra realidad.
Jesucristo reflejado en la totalidad del Amor en ese icono, se vuelve para nosotros la meta, la plenitud del nuestro camino.
DOCUMENTO EN PDF: El icono del Buen Samaritano
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