Para Santa Teresa de Jesús, nuestra madre y maestra, la contemplación es una forma de oración superior a la meditación y distinta de ésta en su estructura, ya que la meditación es discursiva mientras la contemplación es más intuitiva. La meditación es racional, obra...
Introducción
A través del presente subsidio queremos compartir con nuestras hermanas y hermanos carmelitas algunas reflexiones sobre la dimensión contemplativa del Carmelo: una familia, un carisma, un tesoro que seguramente todos amamos con pasión.
La contemplación está profundamente relacionada con el caminar de la Iglesia e íntimamente arraigada a las raíces del Carmelo. Y nuestra Orden, con su carisma fascinante es precisamente un tesoro para la Iglesia porque, cada vez que se oyen voces sobre la gracia mística de la contemplación indivisiblemente siempre se remite a los místicos del Carmelo como absolutos maestros de la experiencia. Por lo tanto, en la Iglesia y en la espiritualidad no se podrá hablar de contemplación en forma amplia y completa si no se trata y se hace referencia al carisma del Carmelo.
De la misma forma como la contemplación está arraigada en el Carmelo y en la Iglesia podemos decir entonces que el futuro de ésta es más claro en la medida en que nosotros tomemos conciencia absoluta de la absoluta necesidad de volver a las raíces, de apuntar nuevamente a vivir la contemplación como parte fundamental de una verdadera experiencia de Dios. El cristiano de hoy y el de mañana tendrá que callar para escuchar; y tendrá que escuchar para poder saber descubrir la Presencia Divina tan evidente, visible y cercana como su propia esencia pero que se oculta a sus ojos por el ruidoso empeño de poner delante su propia imagen de Dios.
Es así como el (la) carmelita, desde la dimensión contemplativa de su carisma ha de entender que por auténtica vocación debe ser agente activo en la transformación de la Iglesia y del mundo del presente y del futuro.
Para esto nos apoyaremos en la experiencia de nuestros propios maestros. Veremos el ejemplo de los dos primeros modelos de contemplación para el Carmelo: María y Elías. Y escucharemos a sus mejores exponentes: nuestros Santos Padres Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Esperando de esta forma hacer una reflexión que nos haga caer en la cuenta de la necesidad de vivir con profundidad esta dimensión del Carisma Carmelitano.
Situémonos de entrada: ¿Qué es contemplación?
Nos parece importante que, desde el comienzo definamos el término contemplación. Definiciones se encuentran en muchos libros y tratados sobre el tema. La misma Iglesia se basa en Santa Teresa de Jesús (con ella estaremos más adelante) para darle significado en el catecismo. Pero, entre todo este material valioso, hemos querido tomar la definición que de ella hace el P. Maximiliano Herráiz García, ocd en un artículo suyo sobre Espiritualidad y Contemplación publicado en Fundación Santa María, Colección espiritualidad en 1994 y recogido también en el tomo A zaga de tu huella (escritos teresiano – sanjuanistas y de espiritualidad) de la Editorial Monte Carmelo. Hemos escogido su definición por parecernos de total actualidad para la forma en la cual queremos abordar el tema:
“Contemplación: ´Visión´, constatación de las acciones de Dios en mi historia personal… y en la colectiva, en la que estoy implicado vocacionalmente, que Él cambia, corrige, centra, acelera.”
La Contemplación en las raíces del Carmelo
Podríamos atrevernos a decir que la contemplación en el Carmelo es tan propia como su nombre porque está absolutamente inmersa en sus raíces desde el mismo momento en que los ermitaños del Monte Carmelo decidieron abrazar este estilo de vida, que ha traspasado las fronteras de los siglos y sobrevivido a todos los cambios de los tiempos por la fidelidad con que hombres y mujeres, desde el principio han asumido esta forma de vivir en plena configuración con Cristo y al servicio de su Iglesia.
Desde las constituciones más antiguas la Orden ha vivido la dimensión contemplativa como un rasgo fundamental de su carisma y lo ha mantenido así a través de todos los cambios y actualizaciones que dichas reglas han tenido.
La vocación de todo carmelita es en su fundamento una gracia otorgada por Dios que lo impulsa “en una comunión fraterna de vida, a la misteriosa unión con Dios por el camino de la contemplación…” (Cf. Const. Parte 1, cp. 1. N. 3). Por tal razón, sería imposible disociar la vocación carmelitana de la dimensión contemplativa en que debe vivirse para que permanezca fiel y auténtica.
Dos Modelos: Elías y María
Esta dimensión se vive desde el mismo profeta Elías, a quien consideramos patriarca de la Orden porque su estilo de vida es inspirador para los comienzos de los primeros ermitaños del Monte Carmelo. De él existe en las Sagradas Escrituras, y más exactamente en el I Libro de los Reyes un pasaje absolutamente memorable por cuanto el contenido del mismo nos da una prueba fehaciente de lo que significa la contemplación en el Carmelo. Y nos atrevemos a citarlo textualmente, por más que lo conozcamos para poder situarlo en el contexto de nuestras pretensiones a través de este subsidio: “Y el Señor le dijo: ´Sal fuera y quédate de pie ante mí, sobre la montaña´. En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó un susurro suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa, y salió y se quedó a la entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que le decía: ´¿Qué haces ahí Elías?´ Él contestó: ´Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos…´” (I Re Cp. 19, 11 – 14).
La respuesta de Elías a la pregunta de Dios se ha convertido en el lema que acompaña el escudo de la Orden por generaciones. Y es una respuesta que brota inmediatamente después de haber contemplado la manifestación de la presencia de Dios a través de lo más sutil como es el “susurro suave y delicado”. Y continúa el texto bíblico narrando que luego de esto el Señor lo puso en camino nuevamente a seguir con el cumplimiento de su misión. A través de esta comunicación divina Dios mismo le dio la fuerza para seguir a pesar del miedo que lo atenazaba y que lo había hecho huir del Monte Carmelo cuando magistralmente defendió el culto al único Dios Verdadero y vio en peligro su vida hasta el punto de sentir deseos de morirse.
Y, como pasar por alto el otro modelo inspirador del estilo de vida de los carmelitas. La misma Madre de Dios, a quien los primeros padres tomaron por hermana y espejo de las virtudes que ellos mismos deberían alcanzar. Ella, después de contemplar el más profundo Misterio Divino por el anuncio del ángel, aceptó la iniciativa de Dios de escogerla a pesar de no sentirse digna para ser la Madre del Verbo. Y no quedándose en el deleite de su experiencia, nos cuenta el Evangelio que se puso en pie y fue a través de las montañas a donde estaba su prima Isabel para compartir con ella la comunicación de la Buena Nueva de Dios y para asistirla en el parto del Precursor. María también, después de experimentar la más honda experiencia de contemplación tuvo la fuerza para cumplir su misión.
María y Elías son los grandes modelos de vida contemplativa para los Carmelitas desde sus inicios. Y en ellos se nos muestra que esta dimensión de nuestro Carisma no nos saca del mundo sino que por el contrario nos sitúa con claridad en él y nos da fuerza para seguir.
De regreso al Monte:
Así lo entendió y lo vivió perfectamente Santa Teresa de Jesús, quien, como ya sabemos, con su obra penetrada de profundo amor por esta Familia, hizo en medio de un siglo difícil desde todos los puntos de vista, que la Orden volviera la mirada y el corazón a lo esencial de su Carisma, profesado desde sus inicios en el Monte Carmelo. Y con un puñado de personas invadidas del celo teresiano iniciaron el camino en el cual a través de la contemplación de los misterios divinos se podría realizar un gran servicio a la construcción del Reino de Dios. Una contemplación entendida, no como una forma de oración tendiente a la evasión o de escape a las realidades del mundo sino como experiencia que debe dejarnos dispuestos a afrontar las necesidades de éste con un sentido mucho más amplio ya que el contemplativo cuenta con la gracia absoluta de tener la óptica de Dios. Engolfado así del Amor Divino entrará en el mundo a entregar Amor Divino. Así el Carmelo cumple una misión de doble dimensión: la contemplativa que le da fuerza y fundamento para llevar a cabo el compromiso con la segunda, la cual es el servicio apostólico.
Ambas dimensiones (contemplativa y apostólica) son las que le dan todo el sentido al carmelita para dejarse consumir en “celo por el Señor, Dios de los ejércitos”.
Teresa de Jesús y la Contemplación: Estar dispuestos por si Dios llama
Para Santa Teresa de Jesús, nuestra madre y maestra, la contemplación es una forma de oración superior a la meditación y distinta de ésta en su estructura, ya que la meditación es discursiva mientras la contemplación es más intuitiva. La meditación es racional, obra del entendimiento orientado hacia la voluntad y la acción. La contemplación afecta directamente a la voluntad, cautivando y envolviendo al orante en una especial relación con Dios, preparándolo para la unión mística. Y ya sensibilizado y connaturalizado con la presencia y la acción de Dios en él, se mantiene en los altos grados de dicha unión.
Teresa quiere y ansía unos hijos plenos en la andadura del camino de la oración, y entiende que la contemplación es estado supremo de ésta. Pero sabe por experiencia que no todos podemos llegar a estos altos grados de la contemplación y que no depende de nosotros el juzgar si somos aptos o no para experimentarla. Sabe muy bien ella, y así nos lo enseña que el presupuesto inicial no está en hablar mucho sino “en amar mucho”. Que lo fundamental es que Dios encuentre un alma totalmente dispuesta en amor y que la principal forma de conquistarle es con la humildad. Ésta es la dama que le da jaque mate al Rey. Con ella se hace “sucumbir” a Dios ante los encantos del alma, tal cual lo hizo la esposa del Cantar de los Cantares, quien con lo más frágil de sí misma, un cabello de la cabeza, logró conquistar a su amado. O mejor aún, como lo hizo la Virgen María en el momento de la Anunciación.
Humildad para Teresa es aceptar la iniciativa de Dios. Y la contemplación no es otra cosa que Dios comunicándose en infinita gratuidad sin ningún merecimiento de nuestra parte. Es Él quien llama. A nosotros lo único que nos toca es estar dispuestos por si lo hace. Y la profunda humildad es la mejor gala para ello. Humildad si llama y nos lleva por la senda de la contemplación. Humildad si no llama y decide llevarnos por otros caminos por los cuales, como dice la misma Teresa también habremos de servirle.
Sin profunda humildad y sin virtudes no hay que hacerse ilusiones, pero ella nos muestra como Dios puede levantar un alma a estado de contemplación aunque no la encuentre dispuesta sino en mal estado “para sacarla por este medio de las manos del demonio” (Camino 16, 6). Concede la contemplación sin estar el alma dispuesta precisamente como instrumento para disponer.
Dios se entrega por profundo amor y “nunca se cansa de dar” (Camino 16, 9). Pero necesita almas abiertas totalmente para otorgar gracias como la de la contemplación, porque al final y a pesar de todo “no se da este Rey sino a quien se le da del todo”. Y en la gracia mística de la contemplación se requiere arrojarse del todo al Todo.
Con un problema entre manos: Teresa necesita resolver una cuestión para todos los que desean seguir el camino de la oración: los que se ejercitan en ella, ¿llegan normalmente a ser contemplativos? ¿Cuándo y cómo? Cuando nos preparamos, ¿cómo responde Dios? Teresa zanja la cuestión: “Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por ese camino” (Camino 17, 1).
Para la santa Madre oración, oración vocal, oración mental, meditación… expresan las diversas modulaciones de nuestro trato de amistad con Dios. Pero por contemplación entiende la experiencia y comunicación de Dios, de Cristo, de sus misterios. Es Él actuando, dándose al alma mientras ella reposa en el silencio de discurso y en la quietud de su dinámica. Es Él dándose y ella recibiendo.
Pero, en todo esto lo que interesa es descubrir el amor gratuito de Dios, sin imposiciones, sin importar el camino por el cual nos conduce. “Si después de muchos años de oración, el Señor quiere a cada uno para su oficio – a unas para contemplación y a otras para el servicio y la cruz – pues… juicios son suyos, no hay que meterse en ellos” (Camino 17, 7). Llegar a la experiencia de Dios a través de la contemplación no es premio a nuestros méritos ni resultado de nuestros esfuerzos humanos. Tampoco se da por el resultado de nuestras técnicas y cálculos ni es una comisión por el amor y el servicio. Es puro don, pura gratuidad. “Es cosa que lo da Dios” (Camino 17, 2). Nuevamente la humildad. Quien es verdadero humilde irá por donde el Señor lo lleve (Cf. Camino 17, 1), y eso es lo que vale. La humildad nos enseña a recibir y nada mejor que ella para prepararnos porque coloca al orante en la verdad de sí mismo y de su vida; en la verdad de sus relaciones con Dios.
Teresa defiende la pluralidad de caminos. Siendo una absoluta contemplativa no se aferra a ella como único medio de experiencia divina. Por eso en ocasiones se le va la pluma a favor de Marta (de los orantes activos). Porque quiere consolar y alentar a los no contemplativos, de los cuales, al final habrá también en su Carmelo.
Somos un mismo ejército: los contemplativos suelen ser los peor comprendidos. Sobre todo por aquellos que piensan que éstos lo único que hacen es evadirse de la realidad. Por eso para Teresa la contemplación es un alto servicio a la Iglesia, y a quienes Dios introduce en ella les da “trabajos incomparables” (Camino 18, 1). Lo primero que hace el Señor es darles fuerza porque enseguida va a darles cruz. La montaña de la contemplación es Tabor y Calvario, bienaventuranza y cruz. Él les da “vino, para que emborrachados, no entiendan lo que pasa y los puedan sufrir” (Camino 18, 2).
Teresa enseña que los contemplativos son alféreces a lo divino. “En las batallas, el alférez no pelea… pero trabaja más que todos… como lleva la bandera no se puede defender… aunque le hagan pedazos, no la ha de dejar de las manos” (Camino 18, 5). Y ese estandarte es la cruz de Cristo y su oficio es padecer por Él. Los demás van adelante en la batalla de cada día por el Reino. Por eso el Carmelo que en sus raíces lleva recia la dimensión contemplativa y desde ella la apostólica necesita de los unos y de los otros. Los que conformamos la gran familia de Teresa hacemos parte de las filas de un solo ejercito que, desde la contemplación de los misterios divinos toman fuerza para batallar en el camino hacia la fuente y meta que es Aquel por quien batallamos. Por último…
La contemplación excava en el orante una extraña sed de Dios: en medio de todo, Teresa nos enseña como maestra absoluta que para llegar a la contemplación, y si es voluntad de Dios que así sea, el orante no debe de dejar de perseverar en la meditación (determinada determinación) si se quiere llegar a beber de la fuente. Porque, para ella la contemplación es algo así como una fuente de agua viva que espera al orante en pleno recorrido de la senda y que sacia la sed de quien la transita. Excava en el alma una extraña sed de Dios: “¡Con qué sed se desea tener esta sed!” (Camino 19, 2). El Señor hace como si acercara el alma hacia Sí, y “muéstrale más verdades y dala más claro conocimiento de lo que es todo” (Camino 19, 7). Le da a conocer su bondad y misericordia por experiencia para que así, fortalecida el alma pueda vivir con la fidelidad de los enamorados de verdad.
Teresa encuentra en la Biblia grandes prototipos del orante contemplativo: La Samaritana que, en hablando con Jesús, se percata de esa sed del agua viva que Él promete. San Pablo, acosado por el deseo de ver a Dios, se encuentra ante la disyuntiva de seguir viviendo para anunciar el Evangelio. Esa tensión forma parte también de los contemplativos. Uno verdadero, que ha saboreado las muestras del Amor Divino, desea poseerlo en plenitud. Por eso desea la muerte que le llevará a la verdadera vida y a la posesión definitiva de Dios. Y al mismo tiempo quisiera seguirle sirviendo en lo que Él disponga…
Lógicamente no logramos abarcar toda la experiencia y la doctrina de la Santa en estas líneas pero nos muestran grandes rasgos de lo que significa la dimensión contemplativa en nuestro carisma.
Juan de la Cruz y la Contemplación: “Que ya sólo en amar es mi ejercicio”
Como en tantos otros temas de la espiritualidad, Teresa y Juan coinciden en muchas definiciones acerca de la contemplación. Uno de ellos, y que es fundamental en sus exposiciones sobre la dimensión contemplativa es que a este estado sólo se puede llegar por la gracia de Dios, nunca por los méritos humanos, y que la humildad es vestido clave para ello. Sin embargo el maestro de la noche irá mucho más allá en su cometido de definir la experiencia de unión entre Dios y el alma. Y lo hará precisamente desde su orilla. La de la noche, la de la desnudez, la de la búsqueda incesante.
No vamos a detenernos en explicar lo que él mismo ha declarado con harta hondura teológica y vivencial en sus escritos. Más bien queremos reflexionar un poco las verdades expuestas por el místico doctor desde su experiencia espiritual propia y como auténtico director de almas, y que ello nos conduzca a hurgar más a fondo en su doctrina.
Para Juan de la Cruz la contemplación es una forma más íntima y perfecta de oración. Y lo es de tal forma que con ella podría llegar a definirse la vida espiritual de una persona. Y más allá de todo esto no se puede obviar ni pasar por alto la estrecha vinculación que el Santo establece entre fe y contemplación; entre esperanza y contemplación; entre amor y contemplación … en dos palabras: VIDA TEOLOGAL.
Cualquier lector de Juan de la Cruz sabe que las virtudes teologales son el eje fundamental y rasgo definidor de la vida cristiana en toda su extensión, cualificación y valoración. Para él la contemplación es vida en fe, esperanza y amor. Vida teologal.
La contemplación es fe: El camino que recorre el ser humano hacia Dios es un camino de fe. Una fe que hace que la vida sea dinámica, abierta, en crecimiento progresivo y en creciente interiorización de los misterios que por medio de ella se le comunican. La fe es una “infusión” divina porque es Dios quien la realiza y es Él quien la comunica; y humana porque es el hombre el receptor de la misma. En ella y a través de ella “Dios va perfeccionando al hombre al modo del hombre” (2 Subida 17, 4). Pero como es Dios mismo quien conduce por la experiencia de la fe, Él no tiene modos. Y lo que pretende es introducir al hombre, por medio de su Espíritu en un mundo sin modo para hacerle perder su modo humano que es limitador de la comunicación ilimitada de Dios.
Por la fe, Dios conmueve a la persona, la afecta, la alcanza y la abraza, capacitándola así para que ella misma dé la respuesta con la cual se entregará de forma absolutamente confiada a la acción de Dios y por la que verdaderamente Él entra en su vida y ella en la de Él.
Dios obra y se comunica en la fe, por lo tanto el hombre necesita abrirse a su acción en fe. La contemplación no llega a él sino está entregado en respuesta absoluta para ser purificado por medio de la fe. Ésta es presupuesto necesario para ingresar en el camino de la contemplación. Quien desee tener en esta vida unión y comunicación con Dios (contemplación) no lo alcanzará sino está totalmente ejercitado en la fe. Una fe que, como ya dijimos es dinámica, y que por lo tanto es fuente constante de crecimiento y maduración para el ser humano.
Para Juan de la Cruz, el contemplativo es aquel que está desasido de toda pertenencia humana. Y este desasimiento y renuncia se alcanza por la fe, ya que será ella quien le conduzca por las noches de la purificación que le llevarán a estar libre de toda atadura para poder arrojarse sin limitaciones al Todo de Dios. De este modo el alma desasida logra emplearse en el sublime servicio al Amado. Y así canta el Poeta: “Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio…” (CB n. 28). El contemplativo, por vía de la fe se ha despojado de todo para ir más libre tras las huellas de Dios y así alcanzar comunión e identificación plena con Él. Y este despojo incluye purificación de la misma idea que humanamente tenga de Dios.
Así el alma, nos dice Juan de la Cruz, ha de estar a oscuras para ser guiada seguramente por la fe a la suma contemplación (2 Subida, 4). La contemplación se da en fe. Y en fe debemos poner al alma para encaminarla hacia ella.
La contemplación: Camino de unión: La experiencia del Santo Padre señala que la contemplación es camino. Un camino por el cual la vida de Dios se hace vida del hombre. El contemplativo, al alcanzar la unión con Dios vive la vida de Dios, ya no la suya. Esto se llama camino de unión. Camino que comienza, como hemos dicho, con el despojo, desnudamiento y renuncia a través de la cual alcanza la liberación de todo lo que no es Dios. Camino que es meta, llegada, arribo. Vida de Dios vivida por el ser humano en auténtica plenitud. Ha llegado el contemplativo al centro más profundo de Dios según lo puede alcanzar en esta tierra y allí se queda toda ella concentrada en Él.
La contemplación es amor: Cuando el alma ha alcanzado este perfecto estado de unión con Dios, de contemplación absoluta ha llegado a ella por amor, ya que es él el que une a Dios con su criatura, y así dice el Santo: “Mediante el amor se une el alma con Dios; y así cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra en Él” (Llama 1, 13). Tanto más escale el alma en amor hacia el infinito más segura puede estar de poseer al Dios que por la fe busca. Tanto más alto el grado de amor mayor el desasimiento y la capacidad de poseerlo. Estando allí, en el centro de Dios, el alma no podrá ni querrá hacer otra cosa distinta que amar a Dios con el mismo amor con que Él la ama. Y con ese mismo amor único y verdadero amar todo lo que le rodea sin peligro de apegos. Sólo amando las gracias que descubre que su Amado pasó derramando. Y así finalmente terminará el poeta su sublime verso diciendo: “…Ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio” (CB n. 28).
Lo anterior es sólo la superficie de todo lo que maravillosa y magistralmente expone San Juan de la Cruz sobre la contemplación, pero nos muestra grandes rasgos de definición por experiencia y sabiduría acerca de ella. Aquí vemos lo que él mismo quiere enseñarnos cuando nos dice que el contemplativo es aquel que vive una auténtica vida teologal. Aquel que inicia un camino de suma contemplación guiado por la fe que lo lleva a la noche oscura, al desasimiento, a la desnudez, a la renuncia. Un camino en el cual lo sustenta la esperanza de poseer a Aquel a quien ama. Un camino en el que, cuando conquista la meta llega a la perfecta comunión con Dios. Una unión que sólo hace el amor.
La contemplación inmersa en el presente y el futuro
Ya de entrada, en la introducción decíamos que el carmelita, por auténtica vocación contemplativa debe entender su tarea en la transformación del mundo del presente y del futuro. El contemplativo no es otra cosa que un dinamizador de la historia que le da al presente posibilidades reales de futuro. Por mucho tiempo la contemplación ha sido vestida de términos ambiguos que nos han ocultado su alma, su verdad, su auténtica transparencia, su posibilidad. No hicieron otra cosa nuestros Santos Padres Teresa de Jesús y Juan de la Cruz que descontaminar el término y mostrar la realidad de la experiencia. Nos toca a nosotros, carmelitas de hoy y de mañana, echar mano de la herencia valiosa dejada por ellos y reconocida por la historia para ponerla a producir en un presente lleno de seres tan necesitados de descubrir la verdadera imagen de Dios en sí mismos y en todo lo que les rodea. Si es así, para mañana la riqueza será mayor y asegurará un futuro cierto que ahora es incierto porque incierto es el presente.
Teresa, Juan y todos los místicos de nuestra Familia nos muestran con su experiencia maestra y siempre actual que el Carmelo, la Iglesia y el mundo de hoy necesitan de verdaderos contemplativos, que siendo testigos directos “hagan constatación de las acciones de Dios en la historia personal y colectiva que Él corrige, centra y acelera”.
Precisamente hoy estamos viviendo el despertar de la conciencia por la valoración y respeto de los recursos que en la creación nos ha otorgado Dios. Unos recursos despilfarrados por siglos en beneficio propio y en detrimento de los demás. Es ahí donde el contemplativo, como descubridor de las “mil gracias” de Dios derramadas, de las criaturas que vestidas dejó de su hermosura, hará su misión de ayudar a purificar la mirada de los hombres para que, como él puedan descubrir al Dios Amor presente y actuante en la historia y que es más íntimo que la propia intimidad.
El contemplativo es sacramento permanente del Carisma que nació en las cuevas del Monte Carmelo. Del Carisma enriquecido y afianzado por Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Es también sacramento viviente del ser orante, del ser cristiano que desea llegar a la unión plena con Dios, a la relación del Tú a tú con Él.
Despertemos, los que estamos dormidos, a la sublime vocación contemplativa con la disposición necesaria, atentos por si Dios nos llama, porque por dormidos puede que no estemos escuchando su llamada. Sigamos haciendo de la contemplación, como lo dijo Santa Teresa, un alto servicio a la Iglesia. Y también un alto servicio al mundo de hoy y de mañana. Y, que a través de nosotros siga siendo fuerte raíz del Carisma Carmelitano.
Para terminar… Una Oración
Aumenta, Señor, el número de los verdaderos contemplativos, rastreadores de tus huellas en nuestro mundo. Multiplica los hombres y mujeres silenciosos y alegres, pobres y generosos, profundos y comunicativos, que atraviesan con su mirada el espesor del mundo y de la historia y terminan sorprendiéndote a cada paso porque llevan tu presencia en el corazón y tu imagen en la retina de sus ojos. Tú sabes, Señor, que este mundo nuestro necesita contemplativos. Amén.