En la presente carta circular nos gustaría compartir con toda la familia carmelita algunas reflexiones sobre el P. Jerónimo Gracián. El punto de partida será su propia biografía, no siempre demasiado conocida. Es cierto que estos últimos años, gracias a la publicación de...
Carta circular de los Superiores Generales
P. Fernando Millán romeral O.Carm. y
P. Saverio Cannistrà, O.C.D.
con motivo de la clausura del IV centenario de la muerte del
P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1614-2014)
“EL SEÑOR GUARDA LOS PASOS DE SUS AMIGOS (1 Sam 2,9)”
Jerónimo Gracián, un hombre en camino…
Queridos hermanos y hermanas:
1. Estamos celebrando estos últimos años algunos centenarios importantes para la vida de nuestra familia carmelita. Efemérides que nos hacen sentir parte de una “historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante”[1]. De hecho, nuestra tradición forma parte de la historia de la salvación que Dios empezó a escribir con su pueblo, y que hoy continúa aún en su Iglesia. El creyente es fundamentalmente “memorioso”, recordaba el Papa Francisco[2]. No queremos olvidar nuestra historia, sino mantenerla despierta, agradecidos a “una verdadera nube de testigos” (Hb 12,1) que el Espíritu Santo ha suscitado en la familia del Carmelo. Todos ellos son para nosotros signo elocuente de cómo vivían el Evangelio. Entre ellos, destacan “algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente”[3] y que estamos recordando con ocasión de sus aniversarios: san Alberto de Jerusalén y Jerónimo Gracián, en el VIII y en el IV centenario de su muerte, respectivamente, y santa Teresa de Jesús, en el V centenario de su nacimiento.
2. En la presente carta circular nos gustaría compartir con toda la familia carmelita algunas reflexiones sobre el P. Jerónimo Gracián. El punto de partida será su propia biografía, no siempre demasiado conocida. Es cierto que estos últimos años, gracias a la publicación de algunos repertorios bibliográficos, estudios y edición de parte de su obra, Gracián se ha ido abriendo hueco en la bibliografía carmelitana. Y, también, es notorio que, en este proceso de recuperación, su obra La Peregrinación de Anastasio, ha jugado un papel importante[4]. La mayoría de los expertos afirman que el género literario “autobiografía”, si lo consideramos como fuente indiscutible de veracidad histórica, posiblemente, no haga justicia a la naturaleza del escrito. De hecho, los episodios biográficos que Gracián selecciona, presentados, a veces, como memorial y crónica apologética pro vita sua, se entremezclan con su doctrina espiritual, conformando un escrito muy singular, al mismo tiempo que apasionante.
3. Jerónimo Gracián fue un nómada buscador de Dios, un peregrino infatigable. En la presente carta retomaremos la metáfora del “camino”, que él mismo utilizó en su mencionada obra, La peregrinación de Anastasio, para exponer su itinerario histórico y espiritual. Jerónimo Gracián profesó la Regla de la Orden del Carmen y, antes de su muerte, el 21 de septiembre de 1614, transcurrió la mitad de su vida en el Carmelo teresiano y la otra mitad en el Carmelo primitivo. La fecundidad de su testimonio y de su ministerio brotó de la misma fuente y de la misma Regla. No deja de ser significativo que su aniversario se enmarque entre el del “legislador de la Carmelo” y el de su gran “reformadora”. El hecho de haber vivido en ambas ramas del Carmelo es para toda la familia carmelita y para la Iglesia un gran signo de comunión.
1. UN HOMBRE DE SU TIEMPO
Jerónimo Gracián Dantisco (1545-1572)
Lámpara es tu Palabra para mis pasos…
4. Jerónimo Gracián nació en la ciudad castellana de Valladolid, el 6 de junio de 1545. Allí recibió la impronta que, posteriormente, se desarrollará a lo largo de su vida. Por sus venas corría sangre española y polaca. Su padre, Diego Gracián de Alderete, fue “secretario de latín de su Majestad” el rey Felipe II y un humanista por antonomasia. Destacó por ser un excelente calígrafo, políglota y gran conocedor de la cultura clásica. Ejerció como secretario de obispos y traductor de libros, especialmente griegos y latinos. En su juventud mantuvo una estrecha amistad con el que luego sería su suegro, Juan Dantisco, embajador polaco en la corte de Carlos I de España y V de Alemania. Con el paso de los años llegó a ser obispo, primero de Culm, y después fue promovido a la Iglesia de Warmia (Polonia). Jerónimo Gracián heredaría tanto de su padre como de su abuelo materno la pasión por las letras y la cultura clásica.
5. Gracián fue el tercero de veinte hermanos. Teresa de Jesús cantó las alabanzas de su madre, Juana Dantisco, por la profunda religiosidad que supo transmitir a sus hijos. Siete de ellos abrazaron la vida religiosa. Vistieron el hábito carmelita María de San José, Isabel de Jesús, Juliana de Santa Teresa y Lorenzo Gracián. Desde muy joven, Jerónimo tuvo como director espiritual a un sacerdote de la Compañía de Jesús. Estudió en la célebre Universidad Complutense de Alcalá de Henares. Con sólo 19 años ya era Maestro en Artes, hecho que demuestra su inteligencia y su capacidad de estudio. Después cursó teología, hasta casi llegar a obtener el grado de Doctor. Fue ordenado sacerdote a los 24 años de edad. Es bien conocida la fecunda actividad literaria desplegada por el P. Jerónimo Gracián (cf. PA, c. XI): “La lectura y estudio de buenos libros, (principalmente desde que comencé la teología, como es mi profesión), ha sido ordinaria, desde que era diez años que comencé a estudiar hasta ahora” (PA, c. XV). La lámpara de la Palabra, piedra angular de su formación académica y teológica, encaminó su razón y la luz del intelecto hacia el misterio de Dios (cf. Sal 108,105). “Nuestro Señor” le hizo entender “muchas veces que a los letrados a quien Él le da la luz por la vía ordinaria de su estudio, no es menester que se las dé por particulares revelaciones y visiones…” (PA, c. XV). De aquí que afirme: “me determiné a escribir” y “no esconder el talento de las letras que el Señor me había dado” (PA, c. XII).
6. Las raíces de la familia de Jerónimo, el vínculo con la corona española, su formación clásica y jesuítica, el encuentro posterior con santa Teresa de Jesús, así como con los movimientos reformistas de la época, forjaron en él un hombre intelectual, fiel representante del Siglo de Oro español. Sintió pasión por la teología, y, como gran humanista que fue, descubrió en la ciencia teológica la mejor medicina contra la dictadura de las “opiniones” y la “idolatría de lo relativo”. La formación que recibió le proporcionó las herramientas necesarias para entablar diálogo con la cultura de una sociedad que estaba en plena efervescencia. Leyó de todo, y escribió, incansablemente, según lo atestigua, sobre “teología mística” (cf. PA, c. XII). Sin “teología” y sin “mística” a cualquier actividad eclesial le faltaría provecho para las almas, quedando todo reducido a pura especulación o a la lectura simplista de cuatro folletos y un par de homilías prefabricadas por otros. Antes de “pensar” hay que “sentarse” y tratar “con el Señor”, evitando así la superficialidad, las ocurrencias y las prisas. Gracián no vivió de palabras prestadas por otros. Fue un hombre de su tiempo, un testigo inteligente del Evangelio. Su palabra y su mensaje fueron también peregrinos. Su proyección internacional le permitió tener amplitud de miras, abriéndose a los impulsos misioneros y las enseñanzas espirituales de su tiempo. Sufrió, como era de esperar, fuertes oposiciones y luchas de poder. Ahora bien, en las contradicciones de la historia, allí donde el Evangelio se encarna, supo permanecer fiel a Dios y a sus principios. De hecho, el seguimiento de Cristo y la proclamación de la Buena Nueva, teniendo en cuenta la lógica de la Encarnación, acontecen en medio de las circunstancias y las personas de su tiempo. Esta lógica nos libera de la “tentación de una espiritualidad oculta e individualista”[5] y nos hace sentir en comunión con todos los hombres.
2. EL ENCUENTRO CON SANTA TERESA DE JESÚS
Fray Jerónimo de la Madre de Dios, carmelita descalzo (1572-1592)
La elección del Carmelo: “este camino es santo y bueno” (R. XX)
7. Una vez ordenado sacerdote y terminados sus cursos de doctorado comenzó a pensar en la posibilidad de entrar en la Compañía de Jesús. En este proceso de búsqueda conoce a las monjas carmelitas de Pastrana y a su priora Isabel de Santo Domingo. Le fascina la vida y el espíritu de estas mujeres: “Tomé el hábito en Pastrana, año de 1572, habiendo peleado casi año y medio con la vocación, que no es pequeño tormento. Porque todas las razones naturales eran contrarias a mí a este estado: falta de salud, flaqueza natural, cansancio de estudios, obligación de mis padres y hermanos […] Todo esto peleaba, de una parte, contra un encendido deseo que tenía de servir a Nuestra Señora, y, de la otra, como comenzaba entonces la reformación de esta su Orden, parecíame que me llamaba mi Señora para ella” (PA, c. I). La Virgen del Carmen será desde el principio la compañera de viaje del fraile carmelita. Teresa de Jesús le atribuye la elección del Carmelo a su gran devoción a María y a su gran deseo de servirla. Dice, en efecto, que, cuando era niño, a menudo oraba ante una imagen de María, de la cual era muy devoto y a la que él llamaba “su enamorada”: “me ciega el amor de tal Señora… perderé la vida, que yo la doy de muy buena gana a mi Señora la Virgen María (PA, c. I). Para Teresa de Jesús fue la intervención de la Virgen la que le llevó a querer tomar su mismo hábito (cf. F 23, 4-8).
8. Y comenzó su aventura en el Carmelo, aunque sólo era novicio, con muchos encargos. Él mismo nos lo cuenta: “Tomé el hábito, y luego comenzaron ocupaciones y cansancios gravísimos de predicar y confesar en el convento y en el pueblo de Pastrana y en todos los pueblos a la redonda donde nos hacían limosna […] Quedé instruyendo treinta novicios que después fueron la flor de toda la Orden; y estábamos tan solos, que eran menester resguardarlos de imprudencias de algunos profesos que les podían gobernar, para que no dejaran el hábito, en que no se trabajó poco” (PA, c. I). Y continúa mostrando los rigores y penitencias que infligían los profesos a los novicios. Los primeros eran jóvenes sin letras, experiencia y prudencia… Este hecho produjo una fuerte crisis en fray Jerónimo: “… que estuve a punto de dejar el hábito y no profesar por ella”. El P. Jerónimo Gracián perseveró en el Carmelo siguiendo los sabios consejos de la Madre Isabel de Santo Domingo (c. PA, c. I).
Compromiso con la Reforma
9. En Jerónimo Gracián se aúnan el amor por la Regla del Carmelo y la reforma iniciada por santa Teresa, los ideales del principio y la capacidad de vivirlos de manera renovada. Esta convergencia era expresión de la primavera que la Iglesia estaba viviendo tras el Concilio de Trento. En cierto modo, la misma que reclama también nuestro tiempo. El Concilio Vaticano II recordó que la Iglesia vive la fidelidad a su vocación a través de una reforma constante[6], y el Papa Francisco ha apostillado: “Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo”[7]. Jerónimo tuvo la gran capacidad de liberar los inicios de la reforma entre los frailes de aquellas estructuras que estaban enrareciendo, en sentido riguroso y penitencial, la frescura de la obra de santa Teresa de Jesús.
10. Teresa fue una mujer que vivió con intensidad el don de la amistad. En el primer encuentro con el P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, en Beas de Segura, en 1575, se aprecia esta empatía, apertura y confidencialidad entre ambos: “Ha estado aquí más de veinte días el P. Maestro Gracián… Es cabal en mis ojos, y para nosotras mejor que lo supiéramos pedir a Dios… Con esto puedo descansar del gobierno de estas casas, que perfección con tanta suavidad, yo no la he visto” (MC 81, a la M. Isabel de Sto. Domingo, 12 de mayo de 1575). Una vez hecha la profesión el P. Jerónimo Gracián comenzó a desempeñar cargos de relevancia en la naciente Reforma del Carmen. Así, unos meses después de haber profesado, fue nombrado Visitador Apostólico de los carmelitas andaluces: “Y heme aquí, de 28 años de edad, y medio de profesión, hecho Prelado de los carmelitas andaluces, en contradicción del General y Protector de toda la Orden de los calzados” (PA, c. I). En 1575 ejercerá como Visitador Apostólico de todos los carmelitas andaluces, también de la rama descalza. En esta época, nuestro hombre descuella como cabeza de la Reforma y paladín de santa Teresa de Jesús para llevar a buen puerto la creación de la Provincia Descalza. El P. Jerónimo Gracián llegará a estar encarcelado. Al final, y tras el apoyo de Felipe II, un Breve de Roma confirmó la creación de la nueva Provincia Descalza dentro de la Orden del Carmen. El P. Jerónimo de la Madre de Dios es elegido, en marzo de 1581, en el Capítulo celebrado en Alcalá de Henares, como primer Provincial de la Provincia Reformada. Y así lo narra: “Juntáronse los Padres a Capítulo en Alcalá; hízose la Provincia; ordenáronse las leyes; eligiéronme por su primer Provincial, goberné mis cuatro años la Provincia fundando conventos de frailes y monjas en compañía de la madre Teresa de Jesús, con el trabajo y solicitud ordinaria de caminos, negocios, cartas, confesiones, sermones y estudios, etc.” (PA, c. III).
11. El 4 de octubre de 1582 moría en Alba de Tormes su gran confidente: “Bendito sea Dios que me dio tan buena amiga, que estando en el cielo, no se le entibiará este amor y puedo tener confianza que me será de gran fruto” (PA, c. XVI). La reformadora encontró providencialmente en él al hombre que consolidase y dirigiese la obra que había emprendido. Escribiendo sobre él dice que era “hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida, que parece nuestra Señora le escogió para bien de esta Orden primitiva”[8]. Destaca, hablando de su estilo de gobierno, la mezcla de bondad y firmeza: “que es agradable su trato de manera que por la mayor parte los que le tratan le aman (es gracia que da nuestro Señor, y ansí de todos sus súbditos y súbditas es en extremo amado, porque aunque no perdona ninguna falta – que en esto tiene en extremo mirar el aumento de religión-, es con suavidad tan agradable que parece no se ha de poder quejar ninguno de él)”[9]. Santa Teresa confió en él, prometiéndole obediencia (CC 30, 3), y, gracias a este voto, el P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios le pudo pedir no sólo la apertura de nuevos monasterios, sino también completar el libro de las Fundaciones y escribir sobre su vida espiritual, tal como lo hizo en las Moradas. También por obediencia a él, Teresa posó para fr. Juan de la Miseria, ofreciéndonos, así, el anecdótico retrato que ha llegado hasta nosotros (cf. PA, c. XIII).
12. Jerónimo Gracián, por su parte, se abrió al magisterio de Teresa de Jesús, la cual imprimió en Gracián la impronta de su carisma naciente, y pasó a convertirse en gran apoyo, así como soporte espiritual y humano en su actividad apostólica. El talante de Teresa de Jesús hacia Jerónimo Gracián tiene muchos registros, que oscilan desde la actitud maternal hasta la hija agradecida. De sobra es conocida la densidad del epistolario que ambos mantuvieron (CC 29, 1; 30, 3) y lo mucho que le “descansa” a Teresa el “desaguadero” de su amistad: “Huélgome no esté con vuestra paternidad el padre fray Antonio, porque, como ve tantas cartas mías y no para él, dale mucha pena, según me dice. ¡Oh Jesús, y qué cosa es entenderse un alma con otra, que ni falta qué decir ni da cansancio!" (MC 170, al P. Jerónimo Gracián, hacia diciembre de 1576). El P. Jerónimo Gracián también lo recuerda: “Ella me comunicó su espíritu sin encubrirme nada, y yo a ella de la misma suerte declaré todo mi interior, y allí nos concertamos de ser siempre conformes en todos los negocios, y ella, además del voto de religión, hizo particular voto de obedecerme toda la vida por una particular revelación que tuvo” (PA, c. XIII). Amistad y reconocimiento mutuo. El P. Jerónimo Gracián, de hecho, quedó también rendido aceptando su magisterio. Acogió de Teresa sus sueños e, incluso, mucho más, su ideal y su empresa carismática; por eso, además de amiga y confidente, fue para él también la “madre”. No sólo eso. En ella encontró a la maestra que lo guió por los senderos de la vida interior, inspirando su ministerio a favor de los frailes y las monjas de la reforma. Este vínculo es expresión de la relación, esencial y enriquecedora, entre lo masculino y lo femenino a la hora de vivir la vocación y misión del Carmelo hoy.
El no de los hermanos
13. En Lisboa, y en 1585, fue elegido Provincial el P. Nicolás Doria. El P. Gracián quedó como Vicario Provincial. El P. Jerónimo fue elegido Vicario de la nueva Provincia de México en el Capítulo intermedio celebrado en Valladolid, en 1587. No pudo embarcar en la flota que partía para las llamadas Indias occidentales, porque ni el año de 1587 ni el de 1588 salió flota alguna. En Portugal, y llamado por el Cardenal Alberto, virrey de Portugal, pasará el P. Jerónimo Gracián más de dos años. Será Visitador apostólico de los carmelitas portugueses. En 1590 es llamado a Madrid y comienza su calvario personal. Acabará siendo expulsado de los descalzos, de los cuales él había sido su primer Provincial, el 17 de febrero de 1592. Paradojas del destino. Se le acusaba de relajado y de dedicarse más a la vida apostólica que a la vida regular y de tener tratos deshonestos con María de San José, priora de Sevilla en el pasado, y, en aquel momento, de Lisboa.
14. Al P. Jerónimo de la Madre de Dios lo despojaron del hábito descalzo que había llevado durante veinte años, y lo vistieron con un traje talar. “Finalmente, quítanme el hábito después de larga prisión. Y sentí mucho que me pusieran manteo y sotana de muy buen paño, que eran de un novicio que había entrado” (PA, c. IV). Y termina confesando el dolor que sintió: “Sólo quien lo padece puede decir lo que sentiría un suceso de éstos, quién había entrado en la Orden de los Descalzos con la vocación que yo entré, y padecido tanto por hacer la Provincia, y dado el hábito a los mismos que me lo quitaron” (PA, c. IV). A partir de este momento volverá a ser el sacerdote D. Jerónimo Gracián.
3. LA FIDELIDAD PROBADA
Don Jerónimo Gracián (1592-1596)
Ir a lo esencial: “in obsequio Iesu Christi viviere debeat” (R. II)
15. La nueva etapa de vida del sacerdote D. Jerónimo Gracián discurre a través de una continua “peregrinación” de un lugar a otro, de una experiencia a otra, pasando por la demanda de justicia, la búsqueda de un lugar donde ser acogido y el amargo cautiverio en tierra extranjera. Pero, podemos decir con las palabras de S. Pablo, que “todo es para el bien de los que aman a Dios, y que fue llamado según su designio” (cf. Rm 8,28). Fue un tiempo de purificación providencial que le ayudó a centrarse en lo nuclear del Evangelio y la vida religiosa, confirmando su elección en el Carmelo. Es cierto que “el Señor guarda los pasos de sus amigos” (1 Sam 2, 9) y los dirige por el camino de la paz (cf. Lc 1,79). En las circunstancias más adversas, en el fracaso, el P. Jerónimo Gracián supo siempre mirar hacia adelante, viviendo en obsequio de Jesucristo (cf. R.II) y anunciando el Evangelio. Quizás sea un testimonio más que significativo para nuestra vida religiosa de hoy, en tiempos de crisis y de aparente desánimo.
16. El “amor a la cruz” (cf. PA, Prólogo) y el “amor a los enemigos” fue un bálsamo en medio de la tribulación (cf. PA, c. VIII.XI). Lo constata cuando justifica a los que le persiguen, afirmando que hicieron lo correcto, pues no estaban sino encarnando “las delicadezas de las trazas de Dios” (PA, c. IV), al igual que hicieron Job, S. Agustín y hasta el mismo Jesucristo. Seguidamente confirmará que le pidió al Señor “el deseo de padecer” y el tener “cruz desnuda y afrentosa” porque “se le representó ser el camino más derecho y seguro para el cielo” (PA, c. VIII). Y Dios le escuchó. Más tarde, con serenidad, afirmará que el Señor no tardó en concederle lo que, con tanta insistencia, había suplicado: “poco después de esta petición comencé a experimentar que me hacía Dios la gracia que le pedí y que me la concedía” (PA, c. VIII). De hecho, no le faltaron persecuciones, peregrinaciones, temores, peligros, afrentas y otros trabajos, que le enseñaron ciencia muy sabrosa: “que todas las virtudes nacen del amor de Dios y el prójimo y tienen por fin el mismo amor” (PA, c. XV). Nuevamente el estudio y lectura de los padres de la Iglesia ayudaron a Jerónimo Gracián a discernir su situación: “bueno” no es sólo el que hace el “bien”, “bueno” es, sobre todo, el que, amando, soporta el mal (cf. 1 Pe, 3,9-11; Rm 12,17). Jerónimo Gracián descubrió que no podemos descafeinar el “Evangelio”, y “quien no ama a quien lo odia no es cristiano”[10], pues “el amor a los enemigos es la ley fundamental”[11] y “suprema quintaesencia de la virtud”[12]. En su Peregrinación lo ilustra con un ejemplo: “Consideraba a mis adversarios como a imagen de Cristo… Si un sagrario o custodia de piedra mal labrado, encierra dentro de sí el Santísimo Sacramento, no dejo de adorarle o reverenciarle, aunque le quisiera ver de oro y fábrica preciosa. Sé que en el que me persigue está Dios por esencia, presencia y potencia; bien quisiera yo que para mí el sagrario fuera más agradable, pero cierro los ojos a lo exterior y no a lo que contiene” (PA, c. XI).
17. ¿Ubi rigor, ibi virtus? El P. Jerónimo Gracián no compartió la postura de aquellos que hacían del “rigor” de la observancia virtud, bandera de la reforma y un fin en sí mismo. El conflicto que condujo a la expulsión del P. Jerónimo Gracián se puede resumir en el párrafo que el mismo nos dejó escrito: “Porque hay espíritus que les parece que toda la perfección carmelitana consiste en no salir de una celda ni faltar un punto del coro aunque todo el mundo se abrase, y que el bien de la Orden consistía en multiplicar los conventos en pueblos pequeños de España y dejarnos de los demás, y que cualquier otro espíritu llaman de inquietud y relajación. Dios no me llevó por este camino, sino por el de salvar almas; y de los sujetos que se han de emplear en lugares pequeños, fundar con ellos conventos en las ciudades más principales de diversos Reinos para la verdadera dilatación y provecho de la Orden. Y, como comuniqué, tanto tiempo, y con tanta particularidad, a la Madre Teresa de Jesús, cuyo espíritu era de celo y de conversión de todo el mundo, pegóseme más este modo” (PA, c. III). Una cuestión rondaba siempre por la cabeza de Jerónimo Gracián: “¿Dónde está Dios?” Su respuesta es clara: Allí donde “triunfe el amor” (PA, c. X). Jerónimo Gracián fue fiel a la premisa que la “flexibilidad” es buena compañera de viaje, que el amor es “creativo” y que jamás pierde el que hace el bien.
18. Grandes frutos y misericordias proceden del árbol de la cruz (cf. PA, Prólogo). La mansedumbre con la que aceptó estas aflicciones, afrentas, peligros y persecuciones engrandeció su espíritu (cf. Lc 1,46). El Señor le concedió dos grandes bienes: por un lado, gran espíritu de “contemplación” para hacer mucho más “provecho de las almas” (PA, c. XV) y buscar lo esencial: sólo a Dios... La contemplación es “pensamiento detenido, cuando el alma está con atención y quietud entendiendo en un concepto, a diferencia de la meditación que se discurre de un pensamiento en otro. Como quien entra en la oficina de un pintor donde hay muchos cuadros, que viendo una pintura que le da gusto, detiene allí los ojos y la mira con atención y espacio, sin volverlos a otras pinturas. Acaecido me ha en un sola esta palabra: Dios…”. (cf. PA, c. XV); por otro lado, “misericordia” (PA, c. XV), el más bello nombre de Dios, y “misericordias”, para no juzgar a nadie antes de tiempo, sabiendo esperar a que venga el Señor (cf. 1 Cor 4,5), que será quien ponga al descubierto las intenciones de cada corazón. “Señor, no llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti” (Sal 142,2; Jn 8,7). La búsqueda de Dios nos impulsa como a Jerónimo Gracián a colocar la “misericordia” del Señor en el candelero (cf. Mt, 5,15), en un lugar visible, para que alumbre a todos los de la casa. La misericordia rompe fronteras, sana heridas, es artesana de fraternidad, reconstruye la familia.
La perseverancia en la prueba: el “hábito de Adán”
19. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la angustia, la desnudez… (cf. Rm 8,35…). La peregrinación de Jerónimo prosigue con su viaje a Roma para buscar la protección del Papa. Consigue hablar con Clemente VIII. El Sumo Pontífice, por medio de sus secretarios, dictamina que ingrese en otra Orden religiosa. Pidió entrar en “los capuchinos, cartujos, franciscos descalzos y todas las demás religiones a pedir su hábito: ninguno me lo quiso dar, y vime desechado de todas las Órdenes como el más infame religioso que había en el mundo” (PA, c. V). Pasó por Nápoles, Sicilia, en esta isla estará ocho meses, ayudando y confesando en un hospital. El 27 de enero de 1593, el Papa emite el Breve Uberes fructus por el cual confirma la expulsión contra el P. Gracián de los Carmelitas descalzos, obligándolo a ingresar en los agustinos o en alguna otra Orden de observancia. En Gaeta se embarca para poder ir a Roma: “en acabando de decir misa, en la cual me determiné (irrumpiendo la fuerza interior que me hacía la Virgen María y la santa madre Teresa de Jesús para no dejar su Orden) a tomar el hábito de los agustinos descalzos, y como calmóse un poco el viento, los fragateros, por tomarle, se metieron un poco en el mar. Vi desde lejos un bajel, vieron ellos humo en las torres (señal de corsarios), comenzaron a llorar…” (PA, c. V). ¡Más cautiverio! Jerónimo Gracián escribió, con cierto sentido del humor, que el único hábito que Dios le pedía ahora vestir era “la desnudez”. Y se vistió con el “hábito de Adán”, contento de que “nadie me lo podía ya quitar sino desollándome” (PA, c. VI). Lo describe así: “me vi desnudo en carnes en poder de turcos con el mayor gozo que he tenido – como después diré – por ver clara la voluntad de Dios en mi nuevo hábito de Adán, y que ni se cumplía mi voluntad, que era perseverar en el hábito del Carmen, ni la de mis émulos que era echarme de él” (PA, c. VI).
El anuncio del Evangelio entre cadenas
20. Para que la misericordia y el amor no sean una “gracia barata”[13], que rechaza la cruz, o un perdón malbaratado, deben ser aquilatados en el crisol de la prueba y del verdadero seguimiento: “como el mismo fuego que refina y hace resplandecer el oro, oscurece con humo y destruye la paja, así son fuego las tribulaciones que en otros que tuvieran oro de virtud, causaran perfección y vida ejemplar” (PA, Prólogo). Dios se empleó a fondo con Jerónimo Gracián... Pidió “humildad” y la vida le ofreció sobradas ocasiones y “humillaciones” para demostrar la rectitud de su petición. Otro episodio más se sumó ahora a su convulsa biografía: la cautividad en Argel. En su Peregrinación, Jerónimo Gracián narra sus peripecias, su afán evangelizador y, al final, su libertad. Más de una vez, en su larga prisión, sintió que iba a ser ejecutado: “Pasóse el mediodía; hiciéronme comer, aunque con poco gusto, que una cosa es hacer actos de martirio en seco, otra ver la muerte al ojo. Pasáronse algunos días, y cada mañana estaba esperando la ejecución de esta sentencia sin saber luz ni claridad del negocio” (PA, c. VI). Gracián, lleno de celo por la salvación de las almas, no perdió el tiempo. Cuenta las conversiones que propició, cómo predicaba, confesaba, ayudaba en buscar redenciones para los cautivos. En medio de los tormentos y angustias de su propia prisión nos narra: “Confesaba mis cristianos cautivos… consolábalos cuando les daban bastonadas, componía sus riñas, visitábalos cuando estaban enfermos. Y si querían cortar las orejas o narices a alguno, procuraba alcanzar por dineros el perdón, dándomelos los mismos cristianos con gran obediencia” (PA, c. VI).
21. En muchos sentidos, a lo largo del arco de su vida, Jerónimo se dedicó a la misión evangelizadora. Durante sus cuatro años como Provincial dio un tinte misionero y de expansión a la Provincia que él gobernaba: así, mandó fundar en Génova (1584), Congo (1584) y México (1585). A pesar de estar cautivo no dejó de anunciar el Evangelio a sus compañeros y a sus captores. Volviendo a la Orden estuvo a disposición del Papa para emprender alguna expedición misionera y dedicó a esta realidad algunos de sus escritos. Este celo misionero nacía de su deseo ardiente de “salvar almas” y de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Le dice a Teresa que “a veces le parecía que [una imagen de Nuestra Señora] tenía hinchados los ojos de llorar por las muchas ofensas que se hacían a su Hijo. De aquí le nacía un ímpetu grande y deseo del remedio de las almas y un sentimiento cuando vía ofensas de Dios muy grande. A este deseo del bien de las almas tiene tan gran inclinación, que cualquier trabajo se le hace pequeño si piensa hacer con él algún fruto. Esto he visto yo por experiencia en hartos que ha pasado”[14]. Teresa, evidentemente, no imaginaba qué otras pruebas le esperarían y la grandeza de ánimo que en ellas manifestaría.
4. CON EL HÁBITO DE MARÍA
Fray Jerónimo Gracián, carmelita (1596-1614)
Porque me ha vestido de gala y de triunfo…
22. “Dios nos dio la libertad para que fuésemos libres”. El 11 de abril de 1595 el Bajá de Túnez firmó su carta de libertad. Llegó a Génova. Y, aquí, comienza su nueva y última etapa, que abarca los últimos 18 años de su vida, como carmelita (O.Carm.). El mismo Gracián nos narra que, una vez llegado a Roma, se echó a los pies del Papa y consiguió su beneplácito para volver a vestir el hábito carmelita. Así nos lo cuenta el propio Gracián, que, en unas pocas líneas, resume su vida hasta llegar a Flandes: “Mandóme poner el hábito de carmelita calzado no obstante la sentencia de la Consulta decía que no pudiese volver ni a calzados ni a descalzos. Estuve un poco de tiempo en San Martín in Montibus [sic] de los calzados. De ahí me mandó el Protector de mi Orden ir a casa del cardenal Deza, protector de España. Servíle cinco años de oficio de teólogo, escribiendo e imprimiendo libros. De los memoriales que yo había escrito al Papa resultó que a la Congregación de Cardenales de Propaganda Fide y al Papa pareció que volviese a África con una comisión que me dieron con título de ir a llevar el Jubileo del Año Santo a los cristianos de aquellas partes. Vine al Rey por cartas para los capitanes de las fronteras que me alcanzasen salvoconducto. Halléme a la muerte de mi madre. Pasé a Ceuta, de ahí a Tetuán; cumplí con mi comisión; volví con orden de hacer paces entre nuestro Rey y el Jarife; no se cuajaron. Víneme al convento de Madrid; de ahí pasé a Valencia y Alicante para volver a Roma a dar cuenta al papa Clemente VIII: llevósele Dios; quédeme predicando e imprimiendo mis libros en Valencia. Enviáronme a Pamplona a predicar la Cuaresma. Desde ahí vine a Flandes” (PA, c. VIII).
23. Gracián en su citada Peregrinación no deja de expresar su alegría y contento por el trato recibido en la Orden del Carmen: “Y así, mostraron mucho gusto viéndome con su hábito, y el General me hizo luego Maestro de la Orden y me dieron la antigüedad que tuviera si hubiera profesado en ellos desde el tiempo que profesé entre los Descalzos, y ésa me han conservado siempre, que no es poco de agradecer” (PA, c. XIV). Mientras que el período vivido en la Reforma fue especialmente fructífero por su trabajo como hombre de gobierno, el período en la Antigua Observancia sobresalió por sus dotes de predicador y escritor prolífico[15]. Jerónimo ahora escribe en nombre de prelados y del Prior General de la Orden, y sus obras comprenden desde la actividad misionera hasta la historia y espiritualidad del Carmelo. Por mandato del P. Enrique Silvio, siendo ya Prior General de la Orden, elegido en Roma, en 1598, escribió su famoso comentario de la Regla de la Orden, Della disciplina regolare[16], para estimular a su observancia a los miembros de la misma. En este momento trabajó también denodadamente para imprimir los escritos de santa Teresa en otros idiomas y promover su beatificación. Flandes fue la última escala de su itinerario. Allí acabará de escribir su Peregrinación de Anastasio. Diálogos de las persecuciones, trabajos, tribulaciones y cruces que ha padecido el P. Fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios.
24. A Bruselas llega el P. Gracián en julio de 1607. Pasará estos años, alternando la vita “eremítica”, en una ermita en el jardín del convento, con la predicación, la confesión y la de las Carmelitas Descalzas que estaban fundando por estas tierras. Tuvo la dicha de conocer en vida la beatificación de la Madre Teresa de Jesús, el 24 de abril de 1614, por Paulo V. El día 21 de septiembre de 1614, a las seis de la tarde de aquel domingo, moría el P. Jerónimo Gracián, carmelita. Hay que contar también entre sus actividades misioneras la publicación de las obras teresianas en ambientes protestantes, y también sus propias obras: Diez lamentaciones del miserable estado de los ateístas[17], Leviatán engañoso, suma de algunos engaños[18]… Al igual que Teresa, quiso responder, en cierto sentido, al cisma que se creó en la Iglesia con la separación luterana, fundando monasterios en los cuales se diera un testimonio fiel y gozoso del Evangelio. Jerónimo, difundiendo su enseñanza, tenía la intención de ofrecer un modelo de vida transfigurada por el Evangelio en y al servicio de la Iglesia. De esta manera, el Carmelo contribuía al fervor apostólico de la Iglesia post-tridentina, y, todavía, hoy, bajo el ejemplo de estos maestros, se implica y toma nuevas iniciativas para hacer realidad el sueño de una Iglesia, comunidad de discípulos misionera, “en salida… que ‘primerean’, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”[19].
CONCLUSIÓN: Victoria amoris (PA, c. X)
25. Caritas abundat in omnia... “Vestir al desnudo” (cf. Mt 25,36) es la primera obra de misericordia, según la tradición hebrea. Es lo primero que hizo Dios cuando descubrió la desnudez de Adán y Eva. Dios, según algunos místicos judíos, les hizo un “vestido de luz” (cf. Gn 3,21). Un bonito juego de palabras les hace sospechar, que Adán y Eva, no llevaban sólo vestidos de “piel” (que sería lo lógico), sino de “luz”, para que la primera noche que tuvieron que pasar fuera del paraíso no estuvieran desamparados[20]. Gracián se pasó la vida entera buscando “un hábito que vestir”: “tomé hábito descalzo”; “me vistieron con un traje talar”; “me pusieron manteo y sotana de muy buen paño”; “me pusieron habito de infame”; “me vi desnudo en carnes y me vestí mi nuevo hábito de Adán”; “me dieron nuevamente hábito calzado”, etc. Al final de su vida, con sabiduría y discernimiento, afirmará: “Bien puede Dios hacer que se haya tanto fruto como con un hábito como con otro, como lo he visto por experiencia (PA, c. XVI). Dios mismo fue el sastre que le tomó medidas. ¡Toda una vida costó confeccionarlo! Penas y cadenas son el “traje de amadores”. El “hábito” que recibió superó sus expectativas, no fue un vestido exterior, sino un vestido interior. Gracián, al igual que José en el libro de Génesis, fue despojado de toda vestidura (cf. Gn 37,3.23.31; 39,12; 41,14) hasta ser revestido con “túnica de lino” (cf. Gn 41,42). El “lino” para poder ser hilado, y para que gane en suavidad, luminosidad y blancura, tiene que ser apaleado y machacado. El lino son las buenas obras de los santos… (cf. Ap 19,8). El epitafio de un rabino judío ilustra bien lo que Jerónimo Gracián experimentó: “Por cada obra buena que el hombre hace en la tierra, un hilo de luz nace en el cielo. Muchas obras buenas hacen muchos hilos. ¿Para qué? Para tejer un vestido de luz. Un vestido de luz para dar gloria al Dueño de las obras”. Un “vestido de luz” hecho de hilos de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, perdón, paz, y el amor, que es el broche de la perfección (cf. Col 3, 12-15).
26. Queridos hermanos y hermanas: La caridad triunfa, “abunda” y “ama todo”[21]… Gracián nos invita a ser artesanos de paz y de reconciliación, para que viendo nuestras buenas obras, sea glorificado el Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16). La peregrinación de Jerónimo Gracián es expresión de un camino espiritual más profundo, el cual es respuesta al amor que Dios puso en su corazón a través de Nuestra Señora, al deseo de abrazar la Regla del Carmelo de acuerdo con las enseñanzas de Teresa de Jesús, y a la pasión de darse a los demás por su salvación. Esta “victoria amoris” (PA. C. X), vivida, sobre todo, en momentos de tensión, fue para él un éxtasis de amor, pero “no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del “yo” cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente, de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios”[22]. En la peregrinación de Gracián, en realidad, vislumbramos la peregrinación de todo discípulo, y, por lo tanto, también la nuestra, tratando de seguir el mismo camino de Jesús “que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante”[23]. Damos gracias también a Dios porque podemos cosechar el fruto del testimonio y el mensaje que nos ha dejado nuestro hermano Jerónimo Gracián.
¡Oh María, estrella del mar y peregrina de la fe, muéstranos a Jesús y ayúdanos a encaminar nuestros pasos a la cima del Carmelo, hasta alcanzar la unión con Dios en el amor! Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Fernando Millán Romeral, O.Carm.
Prior General
Saverio Cannistrà, O.C.D.
Prepósito General
[1] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 13.
[2] Ibídem, 13.
[3] Ibídem, 13.
[4] JERÓNIMO GRACIÁN DE LA MADRE DE DIOS, Peregrinación de Anastasio [Ed. Juan Luis Astigarraga] (Roma, 2001). A partir de ahora, citamos: PA y el número de capítulo.
[5] JUAN PABLO II, Novo Millennio Ineuente, 52.
[6] Cf. Unitatis Redintegratio, 6; Lumen Gentium, 8; Gaudium et Spes, 21.
[7] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 26.
[8] TERESA DE JESÚS, F 23, 1.
[9] Ibídem, F, 23, 7.
[10] 2 Epístola de Clemente, 13ss.
[11] TERTULIANO, Tratado sobre la paciencia, 6.
[12] JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 18, 3.
[13] DIETRICH BONHOEFFER, El precio de la gracia. El seguimiento (Salamanca 2004).
[14] TERESA DE JESÚS, F, 23, 5.
[15] NICOLÁS ANTONIO, Bibliotheca Nova Hispana (Madrid 1684).
[16] Fr. GIROLAMO GRATIANO, Della Disciplina Regolare (Venetia 1600).
[17] Fr. JERÓNIMO GRACIÁN, Diez lamentaciones del miserable estado de los atheístas (Brusselas 1611).
[18] Fr. JERÓNIMO GRACIÁN, Leviathan engañoso, suma de algunos engaños (Brusselas 1614).
[19] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 24.
[20] En hebreo, las palabras “luz” y “piel” suenan igual. Ambas se pronuncian or, pero se escriben de forma distinta: con Alef, significa «luz»; con Ayin, significa «piel».
[21] HILDEGARDA DE BINGEN, Symphonia armonie celestium revelationum (Madrid 2003) 67-68.
[22] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 6.
[23] Ibídem, 6.
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