El cuerpo es tan importante que hasta Dios decidió tener cuerpo. “El Verbo se hizo carne, cuerpo, y habitó entre nosotros” (Juan 1,14), los hombres, como hombre, como cuerpo.
Cuerpo es lo que tiene extensión limitada y es perceptible por los sentidos, ojos, oídos, olfato, gusto y tacto. Por tomar cuerpo para sí, Dios se hizo perceptible a los sentidos, proeza admirable que cada hombre tiene por realizar: ver, oír, oler, gustar, tocar y pisar a Dios.
Toda aventura requiere entrenamiento. Cuanto más entrenamiento, más admirable su realización, hasta volverse uno con la cosa en la cual se aventura.
Adquirir destreza requiere tiempo, atención, perseverancia. Quien cultiva una realidad, se va volviendo uno con ella. Un zapatero por vocación está presente en cuerpo y alma en los zapatos que fabrica. El colmo de la felicidad. Me convierto en lo que siento y pienso durante todo el día.
Dios eligió tener cuerpo, más aún, ser cuerpo, y se dedicó a cultivarlo como dimensión esencial de su vida divina. Es decir, un cuerpo humano, Jesús, es también divino, la ventura de las venturas.
Metamorfosis singularísima, que llega hasta convertirse en pan ese cuerpo. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre”, fue la confidencia a sus amigos, que lo escuchaban perplejos. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 51.56).
Dios se hace cuerpo, cuerpo que se vuelve pan, del cual debe alimentarse todo el que quiera saciar el hambre, y más si esa hambre lo recorre día y noche de la cabeza a los pies como puro apetito de divinidad.
Dios, cuerpo, pan, hambre, apetito, saciar, eternidad. Juego incansable entre el cielo y la tierra, la tierra y el cielo. La cotidianidad hecha misterio, el misterio hecho cotidianidad.
El Verbo, que ha elegido cuerpo para sí, un día les dice a sus amigos, a todo hombre, “Yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino conmigo” (Lc 22, 28-30).
El Reino de los cielos es un banquete donde el anfitrión es a la vez el servidor y el alimento de los invitados. Portento de portentos, toda comida terrena es anticipo de eternidad.
En la fiesta del Corpus Christi celebramos la junta, la unión de la tierra con el cielo.
AUTOR: P. Hernando Uribe C., OCD
TOMADO DE: El Colombiano, 05 de junio de 2015