La fiesta de la madre

madreLa madre es el lugarteniente del Creador, pues ella recibe la vida que es propiedad de Él, para trasmitirla a sus hijos. Necesita cultivar con esmero infinito su relación de inmediatez de amor con su Creador para ser instruida en lo que Él le confía para entregarlo a sus hijos...

 


 


Yo no existía. Comencé a existir. Alguien me dio la vida, me la está dando. No son mis padres, pues ellos no la dan, la transmiten. La da su dueño, el Creador, que por ser amor sale de sí a crear criaturas de amor. Eso soy yo, y es cada uno de nosotros. Los de ahora, los de antes y los de después.

La madre ocupa un puesto distinguido en la existencia de los hombres, seres terrenos y celestes. La madre es un puente tendido entre la tierra y el cielo, participa de ambos a la vez. Un ser maravillosamente raro, en su sentido de extraño, admirable, excelente.

Lo más natural del mundo es que el hijo se quede extasiado contemplando a su madre. Mirándola ve cosas que no se ven, anhela cosas de otro mundo, delira en un horizonte apenas presentido en los sueños del amanecer.

La madre está para enseñar al hijo la geografía del corazón, allí donde ocurren las cosas de mucho secreto entre lo decible y lo indecible, entre el hombre y Dios. Ella pertenece a esos dos mundos y su tarea consiste en mantenerlos siempre unidos en cada paso del camino.

La madre es el lugarteniente del Creador, pues ella recibe la vida que es propiedad de Él, para trasmitirla a sus hijos. Necesita cultivar con esmero infinito su relación de inmediatez de amor con su Creador para ser instruida en lo que Él le confía para entregarlo a sus hijos, haciéndolos partícipes de su Espíritu Divino.

El hogar es el cielo en la tierra, donde la madre ocupa el puesto del Creador. Es la encomienda que recibe, y cuyo honor es realizarla en una atmósfera de exigencia, libertad y responsabilidad.

Un día un hombre, delirante de felicidad, se dirigía así al Creador: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas”. La ternura y la misericordia son los gestos que distinguen la mirada divina, y también los ojos de la madre, presencia divina en el hogar.

La mirada, la palabra y las caricias de la madre tienen como distintivo la ternura y la misericordia. Las aprende en la intimidad del alma donde su Creador las deposita con dulzura infinita, como diciéndole: Cuida con esmero la obra de mis manos.

La fiesta de la madre es una celebración con sabor de eternidad. Fiesta en que las palabras callan lo que dicen y dicen lo que callan.

 
AUTOR: P. Hernando Uribe C., OCD
TOMADO DE: El Colombiano, 08 de mayo de 2015