El resentimiento yace como una sabandija en la intimidad. La violación del papá, la traición de un amigo, el desconocimiento de un mérito, la envidia ante el éxito, la vida hecha memorial de agravios. El resentido vive sin darse cuenta en un pasado que no existe ...
Es frecuente encontrar personas oprimidas por el peso abrumador del resentimiento, nube que oscurece el horizonte impidiendo que brille el sol.
El resentimiento propiamente no existe, existe el resentido. Hay individuos, hay acaso pueblos enteros que viven del resentimiento, como Tiberio, el emperador romano. Se sienten incapaces de perdonar, como si el corazón fuera una fábrica donde las ofensas vienen y van.
El resentimiento yace como una sabandija en la intimidad. La violación del papá, la traición de un amigo, el desconocimiento de un mérito, la envidia ante el éxito, la vida hecha memorial de agravios.
El resentido vive sin darse cuenta en un pasado que no existe, pues "perdono pero no olvido". Comprensión y generosidad no van unidas a la falta de memoria. Perdonar es restablecer una relación dañada a causa de una ofensa. La memoria tiene, en realidad, la dirección que le doy. Hago de los recuerdos un trampolín para saltar, sirviéndome de ellos para crecer en comprensión y generosidad.
Puedo llegar hasta quitarle sentido al perdón, asumiendo la actitud de no ofenderme por nada, pues mi cuidado y generosidad me hacen inmune a toda ofensa. Esta puede salir del ofensor y no llegar, por vigilancia, a quien deseo ofender.
El resentimiento mata el gusto de vivir. La comprensión y la generosidad visten, por el contrario, de fiesta el corazón. Su cultivo es voluntad de mejoramiento permanente, que es estar pasando de lo malo a lo bueno, de lo bueno a lo más bueno, de lo más bueno a lo muy bueno.
Ante el resentimiento, abro un espacio diario para vestir de comprensión y magnanimidad el corazón. Descubro de repente que la igualdad tranquila y pacífica sale en forma espontánea de mi más profunda intimidad en un proceso de ennoblecimiento sin fin.
Leo una y otra vez a S. Teresa: "Nada te turbe / nada te espante". Casi sin darme cuenta siento que mi alma crece de continuo, hasta hacerme partícipe de la condición divina, pues "quien a Dios tiene / nada le falta, / sólo Dios basta".
Por contar con Dios, puedo lo imposible: sobreponerme a toda ofensa hasta poder decir con Jesús: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen".
No acuso, no me defiendo, no hago ningún memorial de agravios, pues no hay para el hombre cosa mejor "que alegrarse y hacer bien en su vida" (Eclesiastés 3, 12). Aun en la mayor adversidad es posible vivir una vida ideal.
AUTOR: P. Hernando Uribe C., OCD
TOMADO DE: El Colombiano, 10 de mayo de 2013