Quien tiene la dicha de amar, sabe cuántos desvelos dedica a conocer y afianzar los valores del ser amado. Es probable que en más de una ocasión lo sorprenda el amanecer moldeando formas de existencia no sospechadas por el destinatario de su amor ...
El hombre nace con la sospecha del amor, y lo va concretizando en variedad de formas, inteligentes o torpes, alegres o tristes, flexibles o rígidas. No hay que confundir el amor con la forma buena o mala como uno ama. Todo lo que se dice sobre el amor puede ser más la biografía de quien habla o escribe, que la afirmación de esta realidad avasalladora. “He renunciado a dos amigos. A uno, porque nunca me ha hablado de él. A otro, porque nunca me ha hablado de mí”. Una renuncia no es amor. Es a lo sumo un gesto doloroso de amor. Podríamos convenir en que el amor es la fuerza primordial del espíritu dotado de actividad volitiva. Es decir, todo hombre es una criatura de amor. Se pasa la vida entera tratando de dar cuerpo a esta energía, buscadora, creadora de valores. Valor es toda perfección del ser. Nada regocija tanto como descubrir las perfecciones del ser y hacer de ellas la razón del vivir. Así todo sacrificio resulta fecundo, alentador.
Quien tiene la dicha de amar, sabe cuántos desvelos dedica a conocer y afianzar los valores del ser amado. Es probable que en más de una ocasión lo sorprenda el amanecer moldeando formas de existencia no sospechadas por el destinatario de su amor. De repente éste siente que es diferente porque alguien lo ama. Su corazón se abre a horizontes desconocidos de entusiasmo y generosidad. Algo que hace la vida deliciosa. Decimos que el amor es libre. Como el viento. El viento hace lo que le toca. El viento participa de nuestra libertad. Es libre el que ama, el que no se esclaviza de sí mismo, el que pone su energía al servicio de lo que ama. Se deja arrullar por el viento, por las estrellas, por los pájaros, porque en ellos hay un destello de libertad. La libertad le asegura que el amor no es una forma de egoísmo. El ejercicio renovado de la libertad garantiza la calidad del amor. Quien hace de la libertad el distintivo del amor, vive en éxtasis permanente. El éxtasis no es cosa de bobos. Es la expresión de quien no se pertenece a sí mismo. Salir de sí mismo –éxtasis-, darse, es su felicidad. Cada detalle está indicando la pertenencia a los demás y este gesto llena de fecundidad la vida. Quien ama se siente útil porque no piensa en sí mismo, piensa en los otros. Su preocupación es hacerlos felices, aún a costa de la propia vida. “Nadie ama tanto como aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13).
El amor ve lo invisible, toca lo intangible, descubre la alborada en la oscuridad de la noche. El corazón canta estremecido: “Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira – la alfombra de oro rojo – que pisas donde pasas – la alfombra que no existe”.
AUTOR: P. Hernando Uribe C., OCD