Muerte, no me seas esquiva

muerte no me seas esquivaS. Juan de la Cruz cantaba con lirismo embriagador: "Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura". Versos que él mismo comenta: "No hace mucho aquí el alma en querer morir a vista de la hermosura de Dios para gozarla para siempre; pues que si el alma tuviese...

 


 

Un sacerdote amigo me contó que llevaba un dolor en el alma. Predicaba retiros a un grupo de sacerdotes. Uno de ellos sufrió un infarto agudo. Todo el grupo fue a visitarlo a la clínica. Por ser el predicador, le tocó orar en nombre de todos por el enfermito, que se quejaba porque el médico no venía a quitarle el fuerte dolor de pecho. Era día festivo. No mostraba interés en asociarse a la pasión y muerte de Cristo por la redención de sus hermanos, del mundo. El obispo observaba en silencio. Al fin llegó el médico, le puso un calmante y se durmió. Al poco murió. Mi amigo cargaba con el dolor profundo de no haber sido capaz de consolarlo, de orar con él, de ayudarle a morir con amor, con generosidad. Se pregunta sin cesar por qué tanta impotencia y miedo ante la muerte.

¿Qué es la muerte? Separación de cuerpo y alma, para quien tiene mentalidad dualista. Y apertura a la plenitud de la vida, para quien ve al ser humano como unidad de cuerpo y alma. Desde que nacemos comenzamos a morir. Vivimos muriendo; morimos viviendo. Al morir acabamos de nacer. El cadáver no es el cuerpo; es el residuo que queda en un proceso de transformación radical hacia la plenitud de la vida. El gusano, todo entero, se convierte en mariposa. El caparazón que deja al volar es el cadáver. "No muero, entro en la vida, y todo lo que no puedo decirle aquí se lo haré entender desde el cielo", escribía S. Teresita a un amigo tres meses y medio antes de morir. Veía la muerte igual que su maestro S. Juan de la Cruz, como "remate de todas sus pesadumbres y penas, y principio de todo su bien" (Cántico Esp. 11, 10).

Para Carlos Castro Saavedra la muerte era compañera inseparable de viaje que le enseñaba cosas hermosas. Los místicos conocen en forma admirable el misterio de la muerte. Catalina de Génova decía: "Cuando veo morir a una persona me digo: Oh qué cosas nuevas, grandes y extraordinarias está a punto de ver!" S. Teresita oraba llena de confianza: "En la tarde de esta vida me presentaré delante de Ti con las manos vacías". Armonizó admirablemente desasimiento con amor. Ante el Ser Divino, pura dádiva, ninguna obra tiene mérito. Quería manos libres para que Dios las llenara de sus dones divinos, que son El mismo.

S. Juan de la Cruz cantaba con lirismo embriagador: "Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura". Versos que él mismo comenta: "No hace mucho aquí el alma en querer morir a vista de la hermosura de Dios para gozarla para siempre; pues que si el alma tuviese un solo barrunto de la alteza y hermosura de Dios, no sólo una muerte apetecería por verla ya para siempre… pero mil acerbísimas muertes pasaría muy alegre por verla un solo momento, y, después de haberla visto, pediría padecer otras tantas por verla otro tanto" (Cántico 11, 7). Morir de hermosura, ¿no es el colmo de la felicidad, y más si da vida perdurable, esto es, vida divina? Muerte de amor, muerte de hermosura, felicidad en plenitud. Ya desde esta tierra, la muerte le descubre a la criatura su vocación divina.

Para el místico todo está empapado de divinidad. Al final de Las Moradas (7, 3, 7), S. Teresa hace esta confidencia: "Ofrece a su Majestad el querer vivir, como una ofrenda, la más costosa para ella, que le puede dar. Temor ninguno tiene de la muerte, más que tendría de un suave arrobamiento". Una cultura de la muerte infinitamente estimulante, que impregna la vida cotidiana. Lo que, sin ser poeta, le inspiró versos inolvidables: "Aquella vida de arriba / que es la vida verdadera / hasta que esta vida muera / no se goza estando viva. / Muerte, no me seas esquiva / viva muriendo primero / que muero porque no muero".

Juan Ramón Jiménez, gran lector de S. Teresa y S. Juan de la Cruz, escribió: "Pienso tanto en la muerte porque sé que he de vivir muerto más que vivo". "Dios deseante y deseado" pertenece al mundo prodigioso del poeta moguereño. En el mismo año de su muerte (1791), Mozart hizo a su padre esta confidencia: "La muerte es la verdadera meta de nuestra vida. Por eso desde hace años establecí una amistad profunda con este verdadero y excelente amigo. Su imagen no posee para mí nada que pueda amedrentarme. Es, por el contrario, reconfortante y consoladora". El Requiem de Mozart es una página inmortal de dulzura, serenidad y desprendimiento. Los colombianos necesitamos una cultura de la muerte que nos haga amorosos y serviciales. Así cualquier negociación tendrá sentido.

 

AUTOR: P. Hernando Uribe Carvajal OCD